La tercera aparición ocurrió al final del verano o principio del otoño de 1916, nuevamente en la Gruta del Cabeço y, siempre de acuerdo con la descripción de la Hna. Lucía, transcurrió de la siguiente forma:
En cuanto llegamos allí, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo...” No sé cuantas veces habíamos repetido esta oración cuando advertimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos incorporamos para ver lo que pasaba y vemos al Ángel trayendo en la mano izquierda un cáliz sobre el cual está suspendida una hostia de la que caían, dentro del cáliz, algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración:
– Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo: yo te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pobres pecadores.
Después se levantó, tomó de nuevo en la mano el cáliz y la hostia, y me dio la hostia a mí. Lo que contenía el cáliz se lo dio a beber a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo:
– Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: – “Santísima Trinidad...” Y desapareció.
Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo, es decir, nos postrábamos como él y repetíamos las oraciones que él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa, que nos absorbía y aniquilaba casi por completo. Parecía como si nos hubiera quitado por un largo espacio de tiempo el uso de nuestros sentidos corporales. En esos días, hasta las acciones más materiales las hacíamos como llevados por esa misma fuerza sobrenatural que nos empujaba. La paz y felicidad que sentíamos era grande, pero sólo interior; el alma estaba completamente concentrada en Dios. Y al mismo tiempo el abatimiento físico que sentíamos era también fuerte.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían en nosotros efectos muy diferentes. La misma alegría íntima y la misma paz y felicidad, pero en vez del abatimiento físico, sentíamos una cierta agilidad expansiva; en vez del aniquilamiento ante la divina presencia, era un exultar de alegría; en vez de esa dificultad para hablar, un cierto entusiasmo comunicativo. No obstante, a pesar de todos estos sentimientos, yo sentía la inspiración de callar, sobre todo algunas cosas. En los interrogatorios, esta inspiración interior me indicaba las respuestas que, sin faltar a la verdad, no descubriesen lo que debía por entonces ocultar.
Las apariciones del Ángel, en 1916, fueron precedidas por otras tres visiones, de abril a octubre de 1915, en las cuales Lucía y otras tres pastorcitas (María Rosa Matías, Teresa Matías y María Justino) vieron, también en el outeiro do Cabeço y suspendida en el aire sobre la arboleda del valle, como una “nube más blanca que la nieve, algo transparente y con forma humana”. Era “una figura como si fuese una estatua de nieve a quien los rayos del sol hacían algo transparente”. La descripción es de la propia Hna. Lucía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.