La vida sacerdotal, del mismo modo que se deriva de Cristo, debe toda y siempre dirigirse a El. Cristo es el Verbo de Dios, que no desdeñó tomar la naturaleza humana, que vivió su vida terrenal para cumplir la voluntad del eterno Padre, que difundió en torno a sí el aroma del lirio, que vivió en la pobreza, que pasó haciendo el bien y sanando a todos; que, en fin, se inmoló como hostia por la salvación de los hermanos.
Ante vuestros ojos tenéis, amados hijos, el cuadro de aquella tan admirable vida: empeñaos con todo esfuerzo por reproducirla en vosotros, acordándoos de aquella exhortación: Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis como yo he hecho.
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