Habían llegado los días de la persecución sangrienta. Todo sacerdote que no hubiese prestado el juramento constitucional se exponía a ser encarcelado, y muerto, sin recurso posible, a las veinticuatro horas. A pesar de tan terribles amenazas, los sacerdotes fieles andaban ocultos por los alrededores de Dardilly y la casa de los Vianney los escondió a todos sucesivamente. En alguna ocasión celebraron allí la Misa.
Fieles mensajeros enviados desde Ecully pasaban ciertos días por las casas de las familias católicas y les indicaban el escondrijo, donde a la noche siguiente habrían de celebrarse los divinos misterios. La familia de los Vianney marchaban al atardecer, sigilosamente y muchas veces andaban a oscuras largos trechos. Juan María (futuro Santo Cura de Ars), satisfecho de acudir a la Santa Misa, movía con ligereza sus piernecitas...sólo contaba con siete años.
Llegados al lugar convenido se les introducía en un local escondido y apenas iluminado. Junto a una pobre mesa, rezaba un desconocido, de rostro fatigado y suave sonrisa. Cambiados los saludos, en el lugar más escondido de la sala, detrás de una cortina, oía las confesiones, aconsejaba, tranquilizaba, absolvía las conciencias. A veces, los jóvenes prometidos le pedían que bendijera su unión.
Finalmente se celebraba la Misa tan deseada por todos; el sacerdote colocaba sobre la mesa el ara consagrada que había llevado consigo, el misal, el cáliz y numerosas hostias, pues no era él solo el que había de comulgar esa noche; se revestía los ornamentos arrugados y deslucidos y después, en medio de un silencio profundo, comenzaba a pronunciar las palabras litúrgicas: Introibo ad altare Dei. ¡Qué fervor en su voz, y en los asistentes qué recogimiento y qué emoción! Con frecuencia, a las palabras santas se mezclaban los sollozos.
¡Cómo se conmovía, en aquellos momentos inolvidables, el alma del pequeño Juan María Vianney! De rodillas entre su madre y sus hermanas, rezaba como un ángel y lloraba al oír llorar. Además, ¡con qué atención escuchaba , aunque sin entender todo su alcance, las graves reflexiones de aquél sacerdote proscrito, que ponía en peligro su cabeza por amor a las almas!
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SEMANA DEL BUEN CRISTIANO, DÍA JUEVES:
Dedicado al SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR y a los sacerdotes; la Santa Misa, Comunión y el Rosario por la santificación de los sacerdotes. Si es posible, entre las once y doce de la noche, Hora Santa de reparación por los pecados de todos los consagrados, como pidió el Sagrado Corazón a Santa Margarita Mª. de Alacoque.
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