Instrucción que Santa Teresa de Jesús
da a un alma acerca de la oración
DIÁLOGO ENTRE SANTA TERESA ( T ) Y UN ALMA ( A )
Santa Teresa: Torno, pues, a avisarte, hija mía, porque va tanto en esto, que vayas al comenzar la oración con esta determinación de no dejar ningún día la oración, porque si el demonio te ve con esta determinación de que antes perderás la vida y el descanso y todo lo que se ofreciere que tornar atrás, muy más presto te dejará; porque aquí no tiene tanta mano para tentar, porque ha gran miedo a ánimas determinadas, que tiene él gran experiencia que le hacen gran daño, y cuanto él ordenaba para dañarlas viene en provecho de ellas. Mas si te conoce por mudable, y que no estás firme en el bien y con poca determinación de perseverar, no te dejara a los ni a sombra; miedos te pondrá e inconvenientes que nunca acabes. Hay también otra razón que hace mucho al caso, y es que pelearás con más ánimo si sabes que, venga lo que viniere, no has de volver atrás; es como uno que está en una batalla, que sabe que si le vencen no le perdonarán la vida, y ya que no muera en la batalla ha de morir después, pelea con más determinación, y quiere vender cara su vida, y no teme tanto los golpes, porque lleva delante lo que le importa la victoria, y que le va la vida en vencer.
Alma: Quiero, Madre mía, vencer en esta batalla, y aunque me siento flaca y reconozco mi inconstancia, confío que todo lo podré en Dios que me conforta.
T. Aunque esta determinación que he dicho, hija mía, importa el todo por el todo, no por eso digo que, si no la tuvieras, dejes de comenzar oración, porque el Señor te irá perfeccionando, y cuando no hicieses más que dar un paso por Dios, tiene en sí tanta virtud, que no hayas miedo lo pierdas y deje de ser muy bien pagado; porque es tan mirado nuestro buen Dios, que no deja ningún servicio sin paga. Así que, hija mía, aunque no prosiguieras (lo que Dios no permita) en este camino de oración, lo poco que hubieres andado por él te dará luz para que vayas bien por otros caminos, y por cosa ninguna te hará daño el haber comenzado, porque el bien nunca hace mal. Así, pues, hija mía, empieza desde hoy el cuarto de hora de oración con ánimo resuelto de no dejarlo nunca por nada ni por nadie, como en cosa que te va la vida y vida eterna. No te desanimes, que yo te ayudaré.
A. Antes perderlo todo que el ánimo de perseverar en la oración. Y si algún día por desgracia faltare, propongo al día siguiente recompensarlo y vengarme de mi inconstancia, consagrando media hora y un poco más de tiempo a la oración.
T. Vista ya tu determinación, hija mía, debo indicarte el fin que debes proponerte en la oración. El fin para que se ordena la oración, hija mía, por muy alta que sea, es para hacer obras en que se muestre el amor que tenemos a Dios; y así el que le hubiere de ejercitar conviene que no ponga su fundamento en sólo rezar o contemplar, porque si no se procura el ejercitar y alcanzar virtudes, no crecerá; siempre se quedará enano. Y plegue a Dios que sea sólo no crecer; porque ya se sabe que en este camino, quien no crece decrece, porque el amor tengo por imposible esté siempre en un ser. El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho; y este amor se adquiere determinándose a obrar y padecer por Dios. Por esto, hija mía, hallarás al final de la meditación que has de hacer cada día un propósito especial de practicar alguna virtud, o desarraigar un vicio, pues éste es el fruto de la oración. Entiende bien, hija mía, y no se te olvide, que toda la pretensión de quien comienza oración ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda para hacer y conformar su voluntad con la de Dios, y en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quien más perfectamente hiciere esto, más recibirá del Señor, y más adelante está en el camino de perfección.
A. Lo haré así, Madre mía: todos lo días propondré arrancar una mala hierba del huerto de mi corazón, y que brote alguna florecilla de virtudes para regalar a mi Jesús.
Jesús, María, José
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