Señor, yo quisiera acompañarte en esta noche de insultos y de
escarnios pasada en la casa de Caifás, en manos de la soldadesca cruel y
burlona; noche de tristeza y de temor y de tedio, noche de la traición
de Judas y de su beso repugnante, noche del abandono cobarde de los discípulos, noche de la vergonzosa
negación de Pedro, noche de la prisión y del juicio y de la condenación
a muerte; noche de la bofetada del soldado adulador y desvergonzado, noche de burlas y de afrentas, de salivazos y de golpes, noche la más negra que el mundo ha conocido.
Yo quisiera acompañarte en esta noche: estar a tu lado para acompañarte, para consolarte, para reparar.
Pero, ¡ay, Señor!, que esa noche ignominiosa no ha terminado
todavía; porque todavía los enemigos siguen buscando la noche para
prenderte y para burlarse de Ti y para crucificarte: noche de cines inmundos, de radios y televisiones sin vergüenza, noche de orgías, noche de traiciones y de negocios oscuros, noche de teatros y de espectáculos inmorales...; esas noches siguen siendo la repetición de aquella noche...
Las almas fieles aman la quietud de la noche, su silencio recogido y
austero, para levantar hasta Ti, Señor, sus plegarias de desagravio; y los monjes en sus monasterios interrumpen su sueño nocturno para alabarte en medio de ese silencio sagrado.
Yo quisiera unirme ahora a todas esas almas fervorosas; quisiera con ellas meditar una a una las afrentas que has recibido y
que recibes todavía en esta misma noche, y reparar con mi fervor y con
mi amor esas afrentas: que a los insultos respondieran mis alabanzas, que a las burlas respondieran mis homenajes de adoración, que a los golpes respondieran mis sacrificios hechos por tu amor, que a las negaciones y a la traición respondiera la confesión
sincera de mi fe y de mi confianza en Ti y que a las injurias de toda
clase y a los pecados de todo orden y a los sacrilegios y a las
profanaciones, respondiera: Señor, mi amor sincero, profundo,
inquebrantable, unido al de todas esas almas que te aman.
Quisiera unirme al Corazón inmaculado de tu Madre Santísima, y
ofrecerte con Ella este pobre corazón mío; y con Ella por testigo,
renovar en esta noche ante Ti, ultrajado, agraviado, escarnecido por
tantos, el juramento de mi fidelidad y de mi amor.
Así sea.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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