Hace ya tres años que el bueno de Don Manuel , "el Cura de Fontanales", como le conocíamos, dejó este valle de lágrimas para encontrarse con Nuestro Señor.
Don Manuel era un sacerdote íntegro, de formas tradicionales, pero sin rozar el rigorismo, por el contrario, era claro y resuelto pero tremendamente caritativo; ese amor a las almas lo manifestaba en los dos actos sublimes en que el sacerdote presta sus manos y labios a Cristo: el Altar y el confesonario.
Rememorando mi infancia comprendo que no hubiese sido igual sin la figura de Don Manuel, un hombre enamorado de la Santa Iglesia, de su sacerdocio, tal vez por eso su sola presencia alegraba los corazones.
¡Gracias, Don Manuel, por haberme regalado tanta presencia de Dios!, ¡gracias por enseñarme a amar la Santa Misa y entender que era un verdadero sacrificio!
Quisiera algún día, si la Misericordia de Dios lo permite, volver acolitar alguna de sus piadosas Misas, como cuando era niño, pero esta vez, en la Patria Celestial.
¡Hasta el Cielo, Don Manuel!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.