En las lejanas tierras de Albania, más allá del Adriático, se encuentra la pequeña ciudad de Scútari. Edificada en una escarpada colina a cuyos pies fluyen los ríos Drina y Bojana, desde el siglo XIII tenía en su poder un precioso tesoro: la hermosa imagen de “Santa María de Scútari”. El santuario que la albergaba era el centro de peregrinación más concurrido del país, un importante punto de referencia para los albaneses en materia de gracias y consuelo espiritual. La imagen es una pintura realizada sobre una delgada capa de estuco, de 31 cm. de ancho por 42,5 cm. de largo. Una penumbra de misterio y milagro cubre los orígenes del sagrado fresco: nadie sabe cuándo ni por quién fue pintado.
Intimidad y unión de alma
Detengámonos un poco a contemplar esta maravillosa pintura. Representa a la Santísima Virgen con inefable afecto maternal, amparando en sus brazos al Niño Jesús bajo un sencillo arco iris. Los colores son suaves, y finos los trazos de los admirables semblantes. El Niño Jesús refleja el candor de su corta edad y la sabiduría de quien observa toda la obra de la creación como Señor del pasado, del presente y del futuro. Con indescriptible cariño, el Divino Infante presiona ligeramente su rostro contra el de su Madre. Entre ambos existe una atractiva intimidad; la unión de almas se trasluce en el intercambio de miradas. La Virgen, en altísimo acto de adoración, parece es tar ocupada en adivinar lo que sucede en lo íntimo del Hijo. Al mismo tiempo, toma en consideración al fiel que se arrodilla afligido a sus pies, haciéndolo partícipe, de alguna manera, en la celestial convivencia que el cuadro nos ofrece. No hace falta decir nada; basta con que el necesitado se aproxime, y sentirá producirse en su alma una acción balsámica.
Skanderbeg, varón providencial
A mediados del siglo XIV Albania atravesaba grandes dificultades. Después de ser disputada durante siglos entre los pueblos vecinos, era invadida entonces por el poderoso imperio turco. Sin estructura militar capaz de oponerse al enérgico adversario, el pueblo rezaba con angustia, confiándose al auxilio del cielo. La respuesta a tales oraciones no se hizo esperar: en la emergencia surgió un varón de Dios, de noble estirpe y devotísimo de María, decidido a luchar por la Patrona y por la libertad de su país.
Su nombre fue Jorge Castriota, conocido en Albania como Skanderbeg.
A costa de inmensos esfuerzos bélicos, logró mantener la unidad y la fe de su pueblo. Las crónicas de su tiempo exaltan las hazañas realizadas por él y por los valerosos albaneses que lu charon a su lado estimulados por su ardor.
Cuando los combates les daban tregua, se arrodillaban todos a los pies de “Santa María de Scútari”, de donde salían fortalecidos y obtenían portentosas y decisivas victorias contra el enemigo de la fe. En eso reluce una característica de aquella que el mundo conocería en el futuro como Madre del Buen Consejo: fortalecer a todos los que, combatiendo el buen combate, se le aproximan buscando aliento y valor.
Sin embargo… al cabo de 23 años de luchas, Skanderbeg fue llevado de esta vida. La falta del piadoso líder era irreparable. Todos presentían que la derrota estaba próxima. El pueblo se encontraba ante la trágica encrucijada de abandonar la patria o someterse a la esclavitud turca.
Envuelta en una nube luminosa
En esa situación de perplejidad, la Virgen del fresco se aparece en sueños a dos valientes soldados de Skanderbeg, llamados Georgis y De Sclavis, para ordenarles que la sigan en un largo viaje. La imagen les inspiraba una gran confianza y arrodillarse a sus pies era motivo de gran consuelo para ellos. Cierta mañana estando ambos sumidos en fervorosa oración, ven el más grande milagro de sus vidas.
El maravilloso fresco se desprende de la pared y, llevado por ángeles, envuelto en una blanca y luminosa nube, va retirándose suavemente del recinto. ¡Resulta fácil imaginar la reacción de los buenos hombres! Atónitos, siguen a la Virgen que avanza por los cielos de Scútari. Cuando se dan cuenta, están a orillas del Mar Adriático. ¡Habían recorrido treinta kilómetros sin sentir cansancio!
Siempre rodeada por la blanca nube, la milagrosa imagen avanza mar adentro. Perplejos, Georgis y De Sclavis no quieren dejarla; y entonces verifican, estupefactos y eufóricos, que bajo sus pies las aguas se convierten en sólidos diamantes, regresando al estado líquido tras su paso. ¡Qué milagro! Tal como san Pedro en el lago de Genezaret, estos dos hombres ca minan sobre el Adriático guiados por la propia “Estrella del Mar”.
Sin saber decir cuánto tiempo caminaron, ni cuántos kilómetros dejaron atrás, los buenos devotos ven nuevas playas. ¡Estaban en la penínsu la itálica! Pero… ¿dónde estaba Santa María de Scútari? Miran a uno y otro lado, escuchan otro idioma, sienten un ambiente tan diferente a su Albania, pero ya no ven a la Señora de la luminosa nube. Había desaparecido. ¡Qué gran prueba! Comenzaron entonces una búsqueda infatigable. ¿Dónde estaría Ella?
Petruccia, una mujer de fe
En esa misma época, en la pequeña ciudad de Genazzano, no lejos de Roma, vivía una piadosa viuda llamada Petruccia de Nocera. Para entonces ya era una octogenaria mujer de mucha rectitud, terciaria de la orden agustina, y cuya modesta herencia apenas le alcanzaba para vivir. Petruccia era muy d vota de la Madre del Buen Consejo, venerada en una vieja iglesia de Genazzano. La piadosa señora recibió del Espíritu Santo la siguiente revelación: “María Santísima, en su imagen de Scútari, desea salir de Albania”.
Si la comunicación sobrenatural la sorprendió, todavía más asombro causó en ella recibir de la Virgen misma la orden expresa de levantar el templo que debería recibir su fresco, así como la promesa de ser ayudada en el tiempo oportuno. Comenzó, pues, Petruccia la construcción de la pequeña iglesia. Empleó todos sus recursos… que se terminaron cuando las paredes sólo llegaban al metro de altura. Los escépticos habitantes de la pequeña ciudad convirtieron a la viuda en blanco favorito de sus burlas y sarcasmos, llamándola loca, visionaria, imprudente y anticuada. Pero ella atravesó confiada esta prueba tal como Noé, de quien se mofaban todos mientras construía el arca.
“¡Un milagro! ¡Un milagro!”
Era el día 25 de abril de 1467, fiesta de San Marcos, patrono de Genazzano. A las dos de la tarde, Petruccia parte camino a la iglesia, pasando por la bulliciosa feria donde se ofrece desde tejidos de Génova y Venecia hasta un elixir de eterna juventud o un “poderosísimo” licor contra cualquier tipo de fiebre. En medio del vocerío, el pueblo siente una melodía de singular belleza venida del Cielo. Se impone el silencio. Todos notan que la música proviene de una nubecita blanca, tan luminosa que ofusca los propios rayos del sol, la cual baja gradualmente hacia la pared inconclusa de una capilla lateral. La muchedumbre acude estupefacta, ocupa el pequeño recinto y ve deshacerse la nube. Ahí estaba suspendido en el aire, sin ningún soporte visible el sagrado fresco, la Señora del Buen Consejo. “¡Un milagro, un milagro!”, gritan todos. ¡Qué alegría para Petruccia y qué consuelo para Georgis y De Sclavis cuando pudieran llegar allá! Se confirmaba el superior designio de la construcción iniciada, y empezaba en Genazzano un largo e ininterrumpido desfile de milagros y gracias obrados por la Virgen.
El Papa Pablo II, tan pronto como supo de los hechos, envió a dos prelados de confianza para investigarlos. Éstos confirmaron la veracidad de lo que se decía, y atestiguaron diariamente innumerables curaciones, conversiones y prodigios realizados por la Madre del Buen Consejo. En los primeros 110 días después de la llegada, se registraron 161 milagros.
Consejo, corrección, orientación: grandes favores
Entre sus grandes devotos se destacan los Papas San Pío V, León XIII –que introdujo a la Madre del Buen Consejo en la Letanía Lauretana–, San Pío X; y también numerosos Santos como San Pablo de la Cruz, San Juan Bosco o San Alfonso María de Ligorio.
Quien pueda venerar el milagroso cuadro de la Madre del Buen Consejo en Genazzano comprobará personalmente el torrente de gracias que brota de su semblante celestial, y comprenderá por qué razón quien haya estado alguna vez allá, sueña con regresar un día a esa sublime intimidad…
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