domingo, 5 de abril de 2020

DOMINGO DE RAMOS




               Tal día como hoy Jesús hacía su entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén, entre el entusiasmo de la multitud y la envidia de los fariseos.

               Como se cumplían las Profecías que anunciaban el reconocimiento de la Realeza del Mesías antes de Su Pasión y Muerte, la Iglesia lo celebra fastuosamente con la Solemnísima Bendición de Ramos y Palmas que cimbrean festivas entre las aclamaciones cantadas en la procesión simbólica; mas enseguida la tristeza de la Misa nos devuelve a la viva realidad de la Pasión de Jesús que ya preparan los enemigos confabulados.

               Aclamemos, por consiguiente a Jesús, y a la vez lamentemos nuestros pecados, que renuevan -digámoslo con pena y vergüenza- la Inmolación del Cordero Inmaculado.



Siga desde aquí la Santa Misa
del Domingo de Ramos (II de Pasión)

Domingo 5 de Abril, a las 11:10 (Horal local de Italia)





          "...Al día siguiente, Domingo, salió el Salvador de Betania y fue a Jerusalén, donde se le tributó aquel solemne recibimiento de los ramos, y se le aclamó como Hijo de David. Toda la gente “iba diciendo cómo resucitó a Lázaro cuando estaba en la sepultura, y ésta fue la razón por la que salieron a recibirle”. Cerca ya de Jerusalén, “al ver la ciudad, lloró sobre ella”, y anunció la destrucción que iba a sufrir como castigo, por no saber a tiempo lo que de verdad le hubiera traído la paz.

          Con el alboroto y ruido de esta entrada solemne del Señor “toda la ciudad se puso en pie”; y se preguntaban unos a otros: “¿Quién es éste?”. Jesús, que había sido aclamado como rey, entró en el Templo y, como Rey de Misericordia, “curó a todos los ciegos y cojos que allí estaban”. También esto fue un nuevo motivo de disgusto e indignación por parte de sacerdotes y escribas: le acusaban de que permitiera a los niños vitorearle como Hijo de David, de que no hiciera callar a los que creían en Él y le llamaban rey de Israel.

          El Salvador no les hizo caso; les dijo que, aunque callaran los hombres, “las mismas piedras hablarían”. El Señor oía complacido las voces de los niños porque “de su boca saca Dios las alabanzas”. Después de toda esta fiesta, “como era ya tarde, mirándolos a todos” y no habiendo nadie que le invitase a cenar ni a dormir, se volvió con sus discípulos a Betania aquella noche.



Padre Luis de Palma, 1624



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