“Sabiendo Jesús que era llegada la hora
que debía partir de este mundo al Padre,
como hubiese amado a los suyos,
que tenía en el mundo, los amó hasta el fin”
(Evangelio de San Juan, cap. 23, vers. 1).
Quiso, pues, el Divino Redentor que la vida sacerdotal por Él iniciada en Su cuerpo mortal con Sus oraciones y Su Sacrificio, en el transcurso de los siglos, no cesase en Su Cuerpo Místico, que es la Iglesia; y por esto instituyó un Sacerdocio visible, para ofrecer en todas partes la Oblación Pura, a fin de que todos los hombres, del Oriente al Occidente, liberados del pecado, sirviesen espontáneamente y de buen grado a Dios por deber de conciencia.
La Iglesia, pues, fiel al mandato recibido de su Fundador, continúa el Oficio Sacerdotal de Jesucristo, sobre todo mediante la Sagrada Liturgia. Esto lo hace, en primer lugar, en el Altar, donde se representa perpetuamente el Sacrificio de la Cruz y se renueva, con la sola diferencia del modo de ser ofrecido; en segundo lugar, mediante los Sacramentos, que son instrumentos peculiares, por medio de los cuales los hombres participan de la vida sobrenatural; y por último, con el cotidiano tributo de alabanzas ofrecido a Dios Óptimo Máximo.
...en toda acción litúrgica, juntamente con la Iglesia, está presente su Divino Fundador: Jesucristo está presente en el Augusto Sacrificio del Altar, ya en la persona de su Ministro, ya, principalmente, bajo las Especies Eucarísticas; está presente en los Sacramentos con la virtud que transfunde en ellos, para que sean instrumentos eficaces de Santidad; está presente, finalmente, en las alabanzas y en las súplicas dirigidas a Dios, como está escrito: «Donde dos o tres se hallan congregados en Mi Nombre, allí me hallo Yo en medio de ellos» (Evangelio de San Mateo, cap. 18, vers. 20)
La Sagrada Liturgia es, por consiguiente, el culto público que Nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la Sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por medio de Él, al Eterno Padre: es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de Sus miembros.
Papa Pío XII, Encíclica Mediator Dei,
20 de Noviembre de 1947
Santo Tomás de Aquino llamaba a la Eucaristía “Sacramento de Amor”, San Bernardo “Amor de los Amores” y Santa María Magdalena de Pazzi, decía que después de comulgar puede pronunciar el alma aquellas palabras de Cristo: “Consummatum est”, todo está acabado; es decir: después de habérseme dado en la Sagrada Comunión, Dios nada más tiene que darme.
Dice San Dionisio Aeropagita que el amor aspira siempre a unirse con el objeto amado; y porque el alimento se convierte en sustancia del que lo come, por eso quiso Jesucristo convertirse en alimento, a fin de que en la Comunión viniésemos a ser con Él una misma cosa. O como aclara San Cirilo de Alejandría “entre Jesús y el alma que comulga se obra tan estrecha unión, que Jesús está en ella y ella en Jesús”.
"Cuán admirable es Tu amor, amadísimo Redentor mío y Jesús mío, pues a tanto llegó, que nos has querido incorporar a Tu carne virginal, de suerte que Tu corazón y el nuestro no formen más que un solo corazón"(San Lorenzo Justiniano)
DOCTRINA CATÓLICA
sobre la Consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo
"...por la Consagración del pan y del vino se convierte toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre, cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente transubstanciación la Santa Iglesia Católica"
"...que todos los Fieles Cristianos hayan de venerar a este Santísimo Sacramento, y prestarle el culto de latría que se debe al mismo Dios"
(Sacrosanto Concilio de Trento, Sesión XIII)
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