Cuando el Hijo de Dios predice el Juicio Final en el capítulo XXV del Evangelio de San Mateo, nos hace conocer de antemano hasta los mismos términos de la sentencia que pronunciará contra los réprobos: "¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno!". Y añade: "Y éstos irán al suplicio eterno". ¿Puede darse cosa más terminante?.
Los Apóstoles, encargados por el Salvador de explicar su doctrina y de completar sus revelaciones, nos hablan del infierno y de sus llamas eternas de una manera no menos explícita. Para no citar sino algunas de sus palabras, recordaremos a San Pablo, que dice a los cristianos de Tesalónica, predicándoles el Juicio Final, que "el Hijo de Dios tomará venganza por medio de la llama del fuego, de los impíos que no han querido reconocer a Dios, ni obedecer al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, haciéndoles sufrir penas eternas lejos de la Faz del Señor.
El Apóstol San Pedro dice que los pecadores participarán del castigo de los ángeles malos, a quienes el Señor tiene precipitados en las profundidades del infierno, en los suplicios del Tártaro. Y los llama "hijos de maldición, a quienes están reservados los horrores de las tinieblas".
San Juan nos habla igualmente del infierno y de sus llamas eternas. A propósito del Anticristo y de su falso profeta, dice: "Y serán arrojados vivos en el lago de fuego de azufre ardiendo, para ser allí atormentados día y noche por todos los siglos de los siglos".
Por fin, el Apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno, mostrándonos a los demonios y a los réprobos "encadenados por toda la eternidad en las tinieblas, y sufriendo las penas del fuego eterno".
Y en todo el curso de sus Cartas, divinamente inspiradas, los Apóstoles insisten sin cesar sobre el temor de los juicios de Dios y sobre las penas eternas que aguardan a los pecadores impenitentes. Ahora bien: ante tan claras enseñanzas, ¿puede alguno maravillarse de que la Iglesia nos presente la eternidad de las penas y del fuego del infierno como un Dogma de Fe, propiamente dicho, de tal suerte que cualquiera que se atreva a negarlo, y siquiera dudarlo, será por esto mismo un verdadero hereje?.
Concluyamos, pues, que la existencia del infierno es un Artículo de Fe Católica del cual estamos tan seguros como de la existencia de Dios.
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