viernes, 29 de abril de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Picarretta. DÉCIMOCUARTA HORA

            

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 6 A LA 7 DE LA MAÑANA 

DÉCIMOCUARTA HORA 

Jesús de nuevo ante Caifás
y después es llevado a Pilatos


                 Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, pero estás tan agotado que a cada paso vacilas. Y yo quiero ponerme a Tu lado para sostenerte cuando estés a punto de caer... Pero veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh Jesús mío, como sol apareces en medio de ellos, y aunque desfigurado, envías luz por todas partes... 

               Veo que Caifás se estremece de gusto al verte tan malamente reducido, y a los reflejos de Tu luz se ciega todavía más, y en su furor te pregunta de nuevo: “¿Así que Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú, amor mío, con una majestad suprema, con una voz llena de gracia y con Tu habitual acento tan dulce y conmovedor que rapta los corazones, respondes: “Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios”. Y ellos, a pesar de que sienten en ellos mismos toda la potencia de Tus palabras, sofocando todo y sin querer saber más, con voces unánimes gritan: “¡Es reo de muerte, es reo de muerte!”. Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilatos. Y Tú, Jesús mío, viéndote condenado, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación que casi la arrebatas al inicuo pontífice, y reparas por todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por todos aquellos que, en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos. 

               Vida mía, Tus reparaciones y plegarias hacen eco en mi corazón, y reparo y suplico en unión Contigo. Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les quedaba de Ti, viéndote condenado a muerte, añaden nuevas cuerdas y cadenas y te oprimen tan fuerte que impiden casi el movimiento a Tu Divina Persona, y empujándote y arrastrándote, te sacan del palacio de Caifás... 

               Turbas de populacho te esperan, pero nadie para defenderte; y Tú, divino sol mío, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con Tu luz... Al dar los primeros pasos, queriendo encerrar en los Tuyos todos los pasos de las criaturas, suplicas y reparas por quienes dan sus pasos para obrar con fines malos: unos para vengarse, otros para matar, otros para traicionar, otros para robar, y para tantas otras cosas pecaminosas... Oh, cómo hieren Tu Corazón todas estas culpas, y para impedir tanto mal oras, reparas y te ofreces a Ti mismo por entero. 

               Pero mientras te sigo, veo que Tú, sol mío Jesús, apenas comienzas a bajar del palacio de Caifás. Poco después te encuentras con María, nuestra hermosa y dulce Mamá. Y vuestras recíprocas miradas se encuentran, se hieren, y aunque os es un alivio el veros, de ahí nacen nuevos dolores: Tú, al ver a la dulce Mamá traspasada, pálida y enlutada, y la querida, Mamá al verte a Ti, sol divino, eclipsado, cubierto con tantos oprobios, en lágrimas y con un manto de sangre... Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de miradas: con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra, vuestros Corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro, han de dejar de mirarse, porque los soldados lo evitan, y así, pisoteado y arrastrado, te hacen llegar a Pilatos. Jesús mío, me uno a mi doliente Mamá para seguirte, para fundirme junto con Ella en Ti; y Tú, dirigiéndome una mirada de amor, bendíceme...



Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia





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