Si consideramos al Corazón de Jesús, que es —en su realidad material y carnal— el objeto de nuestro culto como símbolo de la voluntad de Nuestro Señor y, por lo tanto, del amor de Nuestro Señor; si consideramos que el Corazón de Jesús fue formado en el seno Inmaculado de Nuestra Señora y con la materia que la Madre da para la formación del cuerpo del hijo. Y, por tanto, la carne santísima, y ligada a la divinidad en la unión hipostática de Nuestro Señor Jesucristo, es la propia carne de María; la Sangre de Jesús es la propia sangre de María; el Corazón de Jesús es de algún modo el Corazón de María.
Y en esa evocación de ese proceso de generación tan admirable, por el cual la madre como que se desdobla y da de sí mismo todo para constituir el cuerpo del hijo; si recordamos que Jesús fue todo Él así formado del cuerpo de María y esto es un océano, en un incendio de amor y de adoración para con ese Hijo que Ella estaba formando en sus entrañas, comprenderemos aún más cómo el Corazón de Jesús está unido al Corazón Inmaculado de María y cómo podemos tener una confianza sin reserva en la eficacia de la intercesión de Nuestra Señora junto a Nuestro Señor, tomando en consideración que Nuestro Señor no podría rehusar nada a aquella Madre Santísima.
Doctor Plinio Corrêa de Oliveira
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