Seguid Conmigo unos momentos y a los pocos pasos me veréis en presencia de Mi Madre Santísima, que con el Corazón traspasado de dolor sale a Mi encuentro para dos fines: cobrar nueva fuerza para sufrir a la vista de Su Dios..., y dar a Su Hijo con Su actitud heroica aliento para continuar la Obra de la Redención.
Considerad el Martirio de estos dos Corazones: lo que más ama Mi Madre es Su Hijo..., y no puede darme ningún alivio, y sabe que Su vista aumentará Mis sufrimientos.
Para Mí lo más grande es Mi Madre, y no solamente no la puedo consolar, sino que el lamentable estado en que Me ve procura a Su Corazón un sufrimiento semejante al Mío. ¡La muerte que Yo sufro en el Cuerpo la recibe Mi Madre en el Corazón! ¡Ah! ¡Cómo se clavan en Mí Sus ojos, y los Míos, oscurecidos y ensangrentados, se clavan también en Ella! No pronunciamos una sola palabra; pero ¡cuántas cosas se dicen Nuestros Corazones en esta dolorosa mirada!...
Sí, Mi Madre estuvo presente a todos los tormentos de Mi Pasión, que por revelación divina se presentaba a Su Espíritu. Además, varios discípulos, aunque permaneciendo lejos por miedo a los judíos, procuraban enterarse de todo e informaban a Mi Madre. Cuando supo que ya se había pronunciado la sentencia de muerte, salió a Mi encuentro y no Me abandonó hasta que Me depositaron en el sepulcro.
No estáis solos, vosotros por quienes he dado Mi vida. Tenéis ahora una Madre a la que podéis recurrir en todas vuestras necesidades. Y ahora el Amor Me lleva a unir a todos los hombres con lazos de hermandad, dándoles a todos Mi misma Madre.
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