Conchita dice en su Diario:
"La Virgen, algunas veces trae el Niño en los brazos, muy chiquitín, como un nene recién nacido. Una carita redonda, parece el color como la Virgen, una boquita pequeña, un pelín un poco largo, rizoso; maninas pequeñas, un vestido como una túnica color azul cielo".
Del Lunes día 3 de Julio de 1961, segundo día de ver a la Santísima Virgen, narra Conchita:
Nosotras, lo primero que la dijimos fue:
- ¿Dónde está San Miguel y el otro Ángel?.
Ella se sonreía más, y la gente y padres que había nos daban objetos para que se los diésemos a besar y Ella lo besaba todo. A nosotras, como nos gustaba hacerle fiestas al Niño Jesús, cogimos piedras; yo las metía en las trenzas, Loli en las mangas y Jacinta se las daba a Él, pero no las cogía, se sonreía aun más. Mari Cruz le decía:
-Yo, si quieres, te doy caramelos, que me los trajeron a mi hoy, y si te vienes conmigo te los doy.
Él no decía nada y Ella nos hablaba mucho pero no nos dejó decirlo. Empezó la Aparición a las siete y media y terminó a las ocho. Cuando ya nos decía:
- Con Dios os quedáis y conmigo también.
A nosotras nos daba pena y la decíamos: ¡adiós!. Por último nos dijo:
- Mañana me veréis también."
Don Manuel Antón, Párroco de San Claudio, en la provincia de León, estaba un día en Los Pinos de Garabandal y nos cuenta con detalle lo que sucedió a Jacinta y Loli. Este día, Conchita estaba en Santander:
"A la tercera o cuarta Avemaría del Primer Misterio, a la niña que dirigía el rezo se le cayó el rosario de la mano, y las dos lanzaron al unísono un "¡Ay!" apagado, quedando de golpe en la actitud extática que tantos conocen.
Empezó entonces algo cuya belleza y emoción no hay manera de reflejar en palabras, ni aún logrando las mejores descripciones. Se veía clarísimamente que estaban en animada conversación con la Virgen.
Sin dejar de mirar hacia arriba, trazaban a veces con la mano circulitos, crucecitas y otros signos o figuras en el suelo; allí ponían los objetos que antes, o después, levantaban en sus manos dándolos a besar a la Virgen.
Yo no logré captar lo que decían, pero sí capté lo que empezaron a decir luego:
- "¡Bájale... Bájale...!" y levantaban los brazos como queriendo recibir algo en ellos. Para mí era evidente que estaban pidiendo a la Virgen que bajara a su altura y les dejara el Niño. ¡Había un anhelo en sus ojos y en su súplica!
Instantes después, dieron la impresión de que ya tenían en sus brazos lo que tanto deseaban, pues fueron bajando la vista e inclinándose suavemente hacia el Niño que parecía pasar de los brazos de una a los de otra. Mientras repetían:
- ¡Ay, qué hermoso...! ¡Qué precioso...! Pero ¡qué hermoso es...!
Puedo atestiguar que lo decían de un modo que impresionaba. Parecía que en aquellas palabras y en su mirar se les iba el alma, de amor y de gozo. Pude seguir por sus gestos el momento de devolver el Niño a la Madre, etc.
Luego les oí:
- "¡No te vayas...! ¿Cómo? ¿Tres cuartos de hora ya...?".
Yo no había cronometrado el tiempo; pero allí cerca veo a un Sacerdote, luego me enteré de que era el Cura de Aguilar de Campoo, y él, mostrándome el reloj, me aseguró que era exactamente el tiempo que llevaban en éxtasis, pues había tenido buen cuidado de mirar la hora al comenzar."
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