jueves, 1 de julio de 2021

LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO: BANDERA DE LA ESTIRPE DE LOS SANTOS




               La Piedad de los Fieles dedica el mes de Julio a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, en Honor de la cual la Iglesia celebra el primer día de este mes una solemne Fiesta Litúrgica...

               En una hora de luchas gigantescas, en que la sangre humana corre a borbotones en el mundo, ojalá pueda la contemplación de las maravillas de la Sangre Divina, derramada por puro amor y manantial inagotable de reconciliación y de paz, ser aliento para vuestros corazones y esperanza para vuestras almas. 

                Ciertamente, no ignoráis el precio infinito de la Sangre del Redentor; sabéis también que algunas iglesias o capillas se glorían de conservar algunos restos o huellas de ella, como las que se veneran en la Escala Santa; conocéis sobre todo que en el Tabernáculo, bajo las apariencias de la Sagrada Hostia, está la realidad misma de esta Sangre, presente allí con el Cuerpo, el Alma y la Divinidad del Salvador. Adorando este Augusto Sacramento, habéis repetido muchas veces con la Sagrada Liturgia: “Pange, lingua, gloriosi Corporis Mysterium Sanguinisque pretiosi”: canta, oh lengua, el Misterio del Cuerpo Glorioso y de la Preciosa Sangre...

               Esta expresión, usada por San Pedro cuando escribía a los Cristianos de su tiempo: “Sabed que habéis sido rescatados no a precio de cosas corruptibles de oro o de plata..., sino con la Sangre Preciosa de Cristo, como de cordero inmaculado e incontaminado”, no ha cesado de usarse en las oraciones devotas, como por ejemplo en el versículo del Te Deum que se recita de rodillas: “Te ergo quaesumus, Tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti”: ven pues, oh Señor, en ayuda de Tus siervos, que has redimido con Tu Preciosa Sangre. 




               Es muy natural que todo hombre estime su sangre como un bien de gran valor, porque ésta tiene la función de transportar a los varios tejidos el material nutritivo y el oxígeno, mientras sus glóbulos blancos defienden el organismo contra las invasiones de bacterias. Uno de los primeros cuidados de los padres es, por eso, transmitir a sus hijos una sangre no alterada ni empobrecida por enfermedades internas, por contaminaciones externas o por degeneración progresiva. 

               Recordad, sin embargo, que cuando vosotros llamáis a los hijos herederos de vuestra sangre, debéis referiros a algo más alto que la sola generación corporal. Vosotros sois, y vuestros hijos deben ser, brotes de una estirpe de Santos, según la frase de Tobías a su joven esposa: “Filii Sanctorum sumus”, es decir, de hombres santificados y participantes de la naturaleza divina por medio de la gracia sobrenatural. 

               El Cristiano, en virtud del Bautismo, que le ha aplicado los Méritos de la Sangre Divina, es hijo de Dios, uno de aquellos, según el Evangelista San Juan, “que creen en Su Nombre; los cuales no por la sangre, ni por voluntad de la carne, ni por voluntad de hombre, sino de Dios, han nacido”. Por consiguiente, en un pueblo de Bautizados, cuando se habla de transmitir la sangre a los descendientes, que deberán vivir y morir, no como animales sin razón, sino como hombres Cristianos, es preciso no restringir el sentido de aquellas palabras a un elemento puramente biológico y material, sino, extenderlo a lo que es como el liquido nutritivo de la vida intelectual y espiritual: el Patrimonio de Fe, de Virtud, de Honor, transmitido por los padres a su prole, es mil veces más precioso que la sangre, por muy rica que ésta sea, infundida en sus venas. 




               Los miembros de una familia Noble se glorían de ser de sangre ilustre; y este brillo, fundado sobre los méritos de los antepasados, implica en sus herederos muy otra cosa que sólo ventajas físicas. Pero todos los que han recibido la gracia del bautismo pueden decirse “Príncipes de la sangre”, de una sangre no solamente Real, sino Divina...


Papa Pío XII, Discurso a los Recién Casados
el 13 de Julio de 1940



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