En la Provincia de Foggia, de la actual Italia, se eleva el Monte Gargano, dominando las colinas que le rodean, muy cerca de San Giovanni Rotondo, el pueblecito donde vivió el Padre Pío. Hasta el siglo quinto, la cima estaba recubierta de un bosque tupido e ignorada por todo el mundo. Pero en el año 490 nació la aurora de su inmortal gloria; su fama sobrepasó los confines de Italia, resonó en todo el mundo y comenzó a atraer a sí Papas, Emperadores, Príncipes reinantes, nobles y pueblo de todas las naciones. ¿Qué sucedió?
Leamos la narración original del antiguo libro del “Liber Pontificalis” de la Curia Romana:
Bajo el gobierno del Papa Felice y del Emperador Zeno, un día de aquel siglo tan lejano, un noble y muy rico señor del Monte Gargano, que se llamaba también Gargano y era el propietario de aquella montaña, desapareció su toro más bello de grandeza superior.
Después de tres días de búsqueda, decidió ir personalmente a buscarlo. Después de algunas horas de una búsqueda angustiosa, con gran estupor encontraron a la bestia de rodillas en la entrada de una caverna inaccesible. El patrón, viendo la imposibilidad de salvarlo, quiso matarlo con una flecha envenenada. Pero ante la maravilla de todos, la flecha regresó e hirió a quien la había lanzado. El patrón cayó sangrando al suelo y los siervos asustados lo fajaron de prisa y lo llevaron a su casa en Siponto, que actualmente es una fracción de Manfredonia.
La noticia de lo ocurrido se divulgó rápidamente en el pueblo y se convirtió en el único objeto de las conversaciones. Bajo la impresión de este extraño hecho, todos fueron a visitar al Obispo del lugar, San Lorenzo Maiorano, primo del emperador Zanone, para consultarle por lo acontecido.
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