lunes, 21 de agosto de 2023

NUESTRA SEÑORA DE KNOCK



               El Jueves 21 de Agosto de 1879 el Cardenal de París, Monseñor Guibert, por orden del Papa León XIII, coronaba la imagen de Nuestra Señora de La Salette; ese mismo día, en Knock, un pequeño pueblo del Condado de Mayo, al noroeste de Irlanda, un total de quince personas, con edades comprendidas entre los cinco y setenta y cinco años, fueron testigos oculares de una manifestación celestial en la zona sur de la iglesia parroquial.

               María Byrne, la mujer encargada de la pequeña iglesia, se disponía a cerrar la puerta. Pero algo distinto llamó su atención: una luz intensa venía de un lado del edificio, y allí, a primera vista, le pareció ver las estatuas de María Santísima, de San José y de San Juan, junto a un nuevo Altar sobre el cual había un Cordero y una gran Cruz. No hizo mucho caso de ello, porque precisamente en una noche tormentosa como esta, el año anterior, se dañaron dos estatuas, por lo que pensó que el párroco las había comprado para sustituirlas. Pero, “¿por qué dejarlas allí bajo esa densa lluvia?,” se preguntaba la mujer.

               Más tarde, junto a María McLoughlin, volvió para comprender mejor esta “anomalía”, y con estupor aún mayor se dio cuenta de que las estatuas… ¡se movían! “¡Es la Virgen!”, exclamó una de ellas, y corrieron a avisar a familiares y conocidos. Trece personas se unieron a ellas para completar el grupo de quince testigos que constituyen la base del testimonio que Dios quiso dejar allí.

               Así fue como esta Aparición tan insólita se mostró en toda su realidad: el muro entero lateral de la iglesia estaba iluminado por una intensa luz visible desde lejos. Las figuras estaban suspendidas en el aire a medio metro de altura. Nuestra Santa Madre era la figura más grande: vestía un manto de color blanco y un largo velo que desde la cabeza le bajaba hasta los pies. 

               Los testigos describieron a la Santísima Virgen María como muy hermosa; llevaba una capa blanca abrochada en el cuello. Sobre su cabeza cubierta por el velo lucía una extraordinaria corona brillante. La corona era de un resplandor dorado, y más brillante era la llamativa blancura de su vestido. La parte superior de la corona parecía una serie de cruces relucientes. Entre la corona y el borde del velo llevaba una rosa brillante. Estuvo inmersa en oración profunda, con los ojos elevados hacia el Cielo y las manos levantadas hasta la altura de los hombros, en posición de oración, igual que las manos del Sacerdote en la Santa Misa, y su mirada, absorta en el rezo.

               El Patriarca San José, vestido también de blanco, se hallaba a la derecha de María, con la cabeza inclinada hacia Ella y las manos unidas, también en oración. San Juan Evangelista, a la izquierda de Nuestra Señora, tenía una mitra de Obispo y vestiduras sacerdotales; su mano derecha estaba levantada y el brazo izquierdo sostenía lo que parecía una Sagrada Biblia. A la izquierda de San Juan aparecía un Altar; encima de éste un Cordero, suspendida una Cruz erguida sobre el Altar detrás del Cordero. El Altar con el Cordero y la Cruz estaba rodeado de Ángeles que giraban sobre el mismo.

               Mientras el grupo se arrodillaba ante la Aparición en devota oración, los visitantes celestiales permanecían en silencio. No se pronunció ninguna palabra. Aquellos que fueron testigos de permanecieron bajo la lluvia intensa durante unas dos horas rezando el Rosario. 

               Cuando la Aparición empezó había luz del crepúsculo; pero a pesar de que al caer la noche se puso muy oscuro, los testigos dijeron que todavía podían ver las figuras con mucha claridad, que parecía ser el color de una luz blanquecina brillante. El suelo debajo de las figuras se mantuvo completamente seco durante el milagroso acontecimiento, aunque el viento soplaba desde el sur. 



               Otros aldeanos que no estuvieron implicados con la Aparición, manifestaron haber visto una luz muy brillante que iluminaba el área alrededor de la iglesia. La Aparición fue vista ininterrumpidamente durante unas tres horas por todas las personas que fueron llegando hasta allí.

               Transcurridas sólo seis semanas de la Aparición de Knock, el Arzobispo de Tuam, Monseñor MacHale, estableció una comisión de investigación para estudiar lo acontecido. Los quince testigos fueron examinados y la comisión reportó que el testimonio de todos, tomados juntos, era confiable y satisfactorio.

               Algunas décadas después, el Arzobispo Monseñor Gilmartin, formó otra comisión en 1936 para examinar e interrogar a los tres videntes de Knock que aún vivían: Mary O'Connell (Mary Byrne), Patrick Byrne y John Curry. Los tres confirmaron sus declaraciones originales de 1879. La Sra. O'Connell dio prueba, bajo juramento y al final añadió: "Estoy bastante clara sobre todo lo que he dicho y yo hago esta declaración ahora sabiendo que voy a estar con Dios  ."

               El resultado de esta comisión fue positiva ante la evidencia de que el testimonio de los testigos era recto y del todo confiable.



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