viernes, 9 de diciembre de 2011
MARÍA VALTORTA, SECRETARIA DE DIOS
En los próximos días iré publicando extractos de los escritos de una mujer bendecida con enormes gracias sobrenaturales; desde el dolor y la soledad de su habitación, donde vivió recluida casi toda su vida, describió pasajes de la vida de Nuestro Señor y de la Virgen Santa, con tal precisión y piedad, que es imposible leerlos sin emocionarse.
VOCACIÓN DE VÍCTIMA
María Valtorta nació el 14 de marzo de 1897 en Caserta (sur de Italia), transcurrió su vida en varias ciudades de la Italia septentrional. Desde niña experimentó hacia Cristo un reclamo casi profético: acompañarlo en el dolor, voluntariamente acogido y generosamente ofrecido. Siguiendo su ejemplo, asoció al dolor el amor hasta el punto de que se identificaran en una cosa sola. Y, a través de los sufrimientos cumplió en la madurez su vocación de donarse por completo.
Era inteligente, sensible, volitiva, generosa, propensa a la cultura, tendente a una profunda espiritualidad. Su padre era bueno y afable; su madre, sin embargo, tan despótica, que obstaculizó y reprimió incluso sus más legítimas aspiraciones. A causa de ella, que dos veces truncó su incipiente interés sentimental, María no se casó, ni pudo gozar plenamente del vínculo afectivo con su padre ni cursar los estudios más adecuados a su personalidad ni ser libre en su práctica religiosa.
En 1916, el Señor la llamó por medio de un sueño, que permaneció presente en María durante toda la vida. En el sueño, María es socorrida por Jesús, cuyas palabras de admonición y de piedad, unidas a un gesto de absolución y de bendición, fueron para ella “un lavado que la purificó completamente”. Se despertó “con el alma iluminada por algo que no era terrenal”.
En 1917 María entró en las filas de las enfermeras samaritanas, y durante dieciocho meses prodigó sus cuidados en el hospital militar de Florencia. Pidió que se le confiasen los soldados y no los oficiales porque “había ido a servir a los que sufren, no por alardes o para buscar marido”. Ejercitando la caridad se sintió obligada “dulcemente a acercarse cada vez más a Dios”.
EL MOMENTO DE LA INMOLACIÓN
El gesto de su gradual inmolación partió de un golpe violento que sufrió el 17 de marzo de 1920. Iba con su madre por la calle “cuando un rapaz delincuente le pegó en los riñones con una barra de hierro, que había arrancado de una cama. Con todas sus fuerzas le dio un terrible golpe”. Permaneció en cama tres meses y fue como comenzar a saborear su futura y completa enfermedad.
María Valtorta experimentó en manera más sensible ciertas percepciones psíquicas, que ya en los años precedentes había advertido bajo la forma de “premoniciones” o de “otros hechos extraños”. Se trataba, en particular, de la sensación “como de que sus dedos se alargaban, se hicieran larguísimos hilos lanzados al espacio, y que estos hilos se fueran uniendo a otros iguales” que salían de otras personas, como con deseo de unirse entre sí.
En septiembre de 1924, la familia Valtorta se trasladó definitivamente a Viareggio, en donde ocuparon una casita recién comprada. Allí, María continuó llevando una vida retirada, fuera de “alguna salida al mar o al bosque” y de las que hiciera “a comprar lo necesario para cada día”, lo que le permitía hacer visitas a Jesús Sacramentado, sin atraerse las iras de la madre. Había empezado para ella “una nueva etapa en su vida, en la que crecía más en Dios”.
Atraída por el ejemplo de Santa Teresita del Niño Jesús, cuyo libro “Historia de un Alma“, leyó con sumo gusto. El 28 de enero de 1925 se ofreció como Víctima al Amor Misericordioso, renovando después cada día este acto de ofrecimiento. A partir de ese momento creció sin medida su amor por Jesús, hasta llegar a sentir su presencia en sus propias palabras y en sus propias acciones.
En tanto venía madurando en ella la fuerte decisión de ofrecerse como víctima a la Justicia Divina, a lo cual se preparaba con una vida que crecía cada vez más en pureza y mortificación. Ya de tiempo atrás había hecho los votos de virginidad, pobreza y obediencia. Cumplió su nuevo acto de ofrecimiento el 1° de julio de 1931. Mas los sufrimientos físicos y espirituales no cedieron un sólo momento.
El 4 de enero de 1933 fue el último día que María, caminando con extrema fatiga, pudo salir de casa. Y desde el 1° de abril de 1934 no se levantó ya más del lecho, dando inicio en un “intenso transporte de amor”, a su larga y penosa enfermedad. Se convirtió “en el instrumento de las manos de Dios”. Su misión era la de “sufrir, expiar y amar”.
VEINTISIETE AÑOS EN LA CAMA
La constricción más dura para María fue la que soportó en los últimos veintisiete años de su vida, cuando se vio obligada a guardar cama permanentemente por una parálisis de los miembros inferiores, cuyo origen se remontaba al bastonazo en los riñones que, en su juventud, le había propinado un subversor.
En 1942, cuando hacía ya ocho años que estaba paralizada, conoció al Padre Romualdo M. Migliorini, un fraile servita ex misionero, que llegó en calidad de prior y párroco a Viareggio, donde la familia Valtorta se había establecido desde hacía tiempo, luego de varios cambios de residencia.
El Padre Migliorini se convirtió en guía espiritual de María y la indujo a escribir sus memorias. Ella, en poco más de un mes, volcó en los cuadernos que el mismo religioso le había proporcionado un raudal de recuerdos y sentimientos, revelando un excepcional talento literario al narrar sin reticencias su historia apasionadamente humana y heroicamente ascética.
Después de haber escrito desde su lecho de enferma la Autobiografía, comprendió cuál era el proyecto de Dios a su respecto. Ofreciendo sin reservas, junto con sus sufrimientos, sus dotes naturales, se convirtió en la "pluma del Señor" y en el instrumento de una manifestación sobrenatural que puede ser considerada única en la historia de la literatura cristiana.
Escribió sin interrupción desde 1943 hasta 1947, y con intermitencias en los años siguientes hasta 1951. Usaba los cuadernos que el Padre Migliorini le seguía proporcionando, en los cuales escribía fluidamente de su propio puño con una pluma estilográfica. Aun en las fases agudas de su enfermedad y, a veces, entre dolores atroces, no dictó nunca, para no ser reemplazada ni siquiera en el acto de escribir. Ella misma había fabricado una carpeta que apoyaba sobre sus rodillas, de modo que sirviera de soporte al cuaderno.
La enfermedad crónica y la intensa actividad como escritora no impidieron que María Valtorta, que quiso permanecer ignorada durante su vida, siguiera los acontecimientos del mundo, recibiera visitas de personas conocidas, escribiera cartas y se dedicara a labores femeninas (sin contar con sus plegarias y penitencias, de las cuales fue testigo Marta Diciotti, asistente providencial y fiel compañera desde 1935).
EL FINAL DEL MARTIRIO
Mas una vez terminada su misión de escritora, comenzó a entrar en un estado de dulce apatía, de misteriosa incomunicabilidad, que se fue acentuando a medida que pasaban los años, como si cada vez más la absorbiera una contemplación interior que, sin embargo, no alteraba su aspecto exterior. Sin recobrarse nunca -exceptuando algunos momentos de lucidez llenos de significado-, terminó sus días, en la casa de Viareggio, el 12 de octubre de 1961.
Sus restos mortales descansan en Florencia, en una capilla que da al antiguo claustro de la Basílica de la Santísima Anunciación.
María Valtorta escribió de una vez, sin un esquema preparatorio y sin rehacer sus escritos, más o menos quince mil páginas de cuaderno. Esta notable producción literaria está publicada en quince volúmenes además de la Autobiografía. De ellos, diez encierran la obra mayor y cinco las obras menores.
SUS ESCRITOS
La obra mayor es “El Evangelio como me ha sido revelado“ : En sus diez volúmenes narra el nacimiento y la infancia de María y de su hijo Jesús, los tres años de la vida pública de Jesús, su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo, Pentecostés, los albores de la Iglesia y la Asunción de María. Describe paisajes, ambientes, personas y acontecimientos con el brío de una representación. Delinea caracteres y situaciones con habilidad introspectiva. Expone alegrías y dramas con el sentimiento de quien es partícipe de ellos realmente.
Explica circunstancias históricas, ritos, costumbres, características ambientales y culturales sagradas y profanas, con datos y detalles que los especialistas exentos de prejuicios consideran irreprochables. Y, sobre todo, expone, a través de la extensa narración de la vida terrenal de Cristo, toda la doctrina del cristianismo que la Iglesia Católica nos transmite.
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Acabo de llega a casa en este crítico instante y te pido mil disculpas por no haberte felicitado esta mañana después de Misa. Mira que me he acordado de ti y me dije, no dejes de felicitar a J. Diego; me marché y llego con tiempo para desearte mil felicidades. Que el Señor te colme de bendiciones y la Virgen de Guadalupe te cubra con su precioso manto.
ResponderEliminarUn besote y feliz día de tu santo y de Adviento.
Muchas gracias Hermana! lo importante es que te hayas acordado de rezar por mí; ya sabes que también tú y los tuyos estáis muy presentes en mis pobres oraciones.
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