miércoles, 20 de junio de 2012

INTEGRISMO CATÓLICO


      INTEGRISMO es una palabra ‘acuñada’ en realidad, por el Papa San Pío X, el Papa antimodernista. Este Papa persiguió sin piedad al modernismo, convencido del daño que podía producir a la Iglesia. Bajo sus auspicios nació el ‘Sodalitium Pianum’ (o ‘Fraternidad San Pío V’), dirigido por Mons. Umberto Benigni (1862-1934), encargado de detectar a estos elementos en las diócesis y seminarios, y de expulsarlos. Se entiende entonces el odio de todos los medios progresistas hacia el Papa Sarto.



     San Pío X sostuvo y promovió a este grupo y a su prensa, a la que denominó ‘integrista’. Por eso, la denominación de ‘integrista’ debería ser un título de gloria para el católico. Así lo afirma el inmortal Sardá y Salvany en su obra ya clásica: ‘El liberalismo es pecado’. Queremos pues ser integristas.

     Ser integrista significa defender la integridad del dogma, afirmar todas y cada una de las verdades de Fe que la Iglesia nos enseña; sea por su Magisterio Ordinario, sea por su Magisterio Extraordinario, con todo lo que significan estas verdades, con todas las consecuencias que se derivan de ellas.


     Significa estar convencidos de que la Fe es Una, y que si se niega la más pequeña de las verdades de Fe, o se la pone en duda, se las niega o pone en duda a todas.

     Ser integrista significa pues adherir y prestar asentimiento interno a la totalidad del Magisterio de la Iglesia, también a su Magisterio político, con todas las consecuencias que se desprenden de esto. Significa tener como enemigo mortal al liberalismo, y defender la Realeza Social de Nuestro Señor Jesucristo.

     Como se ve, la palabra está preñada de sentido católico. Queremos pues, ser integristas.

     Hoy reinan el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad, doctrinas éstas que la Iglesia de ayer, la Iglesia ‘integrista’ condenó en diferentes oportunidades.
Hoy la Iglesia sufre una crisis espantosa, puede decirse que la peor de su historia dos veces milenaria (...).

     Nosotros, al igual que los católicos tradicionalistas, y contándonos entre ellos, señalamos al Concilio Vaticano II como desencadenante de la misma; y afirmamos que el Concilio contradice la enseñanza infalible y tradicional del Magisterio de la Iglesia, particularmente en las tres doctrinas que hemos dicho (...).

     Pero, ¿cómo es posible que los hombres de Iglesia, aun aquel que ocupa el más alto puesto, avalen doctrinas erróneas? ¿No es esto contrario a la infalibilidad y asistencia divina prometidas a la Iglesia?





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