Celebramos hoy día de Pentecostés, que significa día cincuenta después de Pascua, el feliz cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor Jesucristo de enviar el Espíritu Santo que baja sobre la Iglesia naciente, en figura de lenguas de fuego. Si en Pentecostés los judíos ofrecían agradecidos al Señor, los primeros frutos de la tierra, nosotros, más afortunados, podremos exclamar con San Agustín:
"Pascua fue el principio de la gracia,
Pentecostés fue su coronamiento"
Si ellos -los judíos- recordaban la promulgación de los Mandamientos de Dios dados en el Monte Sinaí, la Ley Cristiana que los perfecciona fue hoy con valentía promulgada por el Cabeza de los Apóstoles, en virtud de la luz y fuerza que le infundió el Espíritu Santo.
Es tan solemne esta fiesta como la de Pascua; su celebración se remonta a la más lejana antigüedad, así en la Edad Media, se le daba relieve mediante diversas representaciones, como la típica luvia de rosas, símbolo de los Dones del Espíritu Santo mencionados de varias maneras en los textos de la Misa de hoy.
El color litúrgico que se ha de usar en este día es el encarnado, que simboliza la llama de amor ardiente y activo, ya que el Espíritu Santo es el amor personificado entre el Padre y el Hijo.
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