Una señal más del próximo Advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo en Gloria y Majestad. La Civilización Cristiana queda retratada en las cenizas de Notre Dame de París...
Es un signo de nuestro tiempo que Nuestra Señora de París caiga. Este incendio no es peor que el laicismo que asola La Civilización, negándole la profundidad y el sentido. Es el fuego de Dios, que escribe severo en incendios torcidos, ante tanta apostasía. Cae Notre Dame como antes cayó Francia en la vulgaridad atea y jacobina, hasta conocer el fin de trayecto que son los chalecos amarillos.
Lo que más siente Dios, tiene a veces maneras muy duras de decírnoslo. La catedral se había convertido en los últimos años en una mera atracción turística, vacía de cualquier contenido, abandonada por los feligreses y por un país que como toda Europa renunció a sus raíces cristianas en nombre de la libertad, ignorando que la libertad no puede consistir en negar al hombre sino en afirmarlo, y que sin tensión espiritual no somos más que montoncitos de carne. Nuestra Señora María, profanada por los mercaderes de camisetas, llaveros y estampitas. Todo ya pasó y todo está en la Biblia.
Cae el símbolo del arquetipo hombre-Dios con que construimos un mundo a la semejanza de nuestro Creador. Cae la belleza, la majestuosidad, el poder de María tantas veces profanado por todos los vicios de nuestra era, con el feminismo al frente, tal vez el linchamiento más deprimente al que hemos tenido que asistir, y que es el fuego en que ardemos, y lo que Nuestra Señora caída representa.
Bergoglio, masón, teólogo modernista, usurpador de la Sede de Pedro, se arrodilla ante líderes de Sudán, musulmanes e indiferentes a tan esperpéntico teatro
Asistiremos en las próximas horas a toda clase de lamentos sobre el incendio, hipócritas lamentos muchos de ellos, de los que nunca pisaron Notre Dame ni ninguna otra iglesia, y a lo sumo la vieron desde la Tour d’Argent, probando uno de sus patos numerados y decadentes como un mundo sin Dios. Eso, los que aún en algo se esforzaron. La mayoría pasó de largo, como pasan cada día de largo del amor, del dolor, de la esperanza, de la salvación.
Y luego para justificar su dejadez, salen a quejarse de la indiferencia, de la crueldad de Dios, quejándose de que no les hace caso, cuando fueron ellos los que, en su arrogancia y su brutalidad, hace mucho que le abandonaron.
Salvador Sostres en "ABC" versión digital del 16/04/2019
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