Reflexión Dominical
I Domingo de Pasión
" Introducción a la vida devota "
de San Francisco de Sales.
DEL AMOR QUE JESUCRISTO NOS TIENE
Considera el amor con que Jesucristo ha sufrido en el huerto de los Olivos y en el monte Calvario, este amor era para ti, y, con todas aquellas penas y trabajos, obtenía de Dios Padre, para tu corazón, las buenas resoluciones y promesas, y, por los mismos medios, todo lo que necesitas para mantener, alimentar, robustecer y consumar estas resoluciones. ¡Oh resolución, qué preciada eres, siendo hija de tal madre, cual es la Pasión de mi Salvador! ¡Oh, cómo te ha de amar mi alma, pues tan amada has sido de mi Jesús! ¡Ah Señor! ¡Oh Salvador de mi alma! ¡Tú moriste para obtener en mi favor estas resoluciones! Concédeme, pues, la gracia de que muera antes de dejarlas.
Ya ves, Filotea, cuanta verdad es que el Corazón de nuestro amado Jesús veía el tuyo, desde el árbol de la cruz, y le amaba, y, por este amor, obtenía para todos los bienes que jamás podrás tener, y entre otros, tus resoluciones. Sí, amada Filotea, nosotros podemos decir con Jeremías: “¡Oh Señor!, antes de que yo existiese, Tú me mirabas y me llamabas por mi nombre”, como sea que su bondad preparó, con su amor y su misericordia, todos los recursos generales y particulares de nuestra salvación, y, por consiguiente, nuestras resoluciones. Sí, ciertamente: así como la mujer que ha de ser madre prepara la cuna, las mantillas y las fajitas, y además busca nodriza para el niño que espera, aunque todavía no haya venido al mundo, así también Nuestro Señor, después de haberte concebido en su bondad y llevado en sus entrañas, al querer darte a luz para tu salvación y hacerte hija suya, preparó en el árbol de la cruz, todo lo que era menester para ti: tu cuna espiritual, tus mantillas y fajitas, tu nodriza, y todo lo que era conveniente para tu felicidad, a saber, todos los recursos, todos los alicientes, todas las gracias por las cuales conduce tu alma y quiere llevarla hasta la perfección. ¡Ah, Dios mío! ¡Cómo deberíamos grabar todo esto en nuestra memoria! ¿Es posible que yo haya sido amada, y tan dulcemente amada, de mi Salvador; que Él haya pensado particularmente en mí y en todos estos pormenores, con los cuales me ha atraído hacia Él? ¡Cómo hemos de amarle y emplearlo todo para nuestra utilidad!
Todo esto es muy dulce: este corazón amable de mi Dios pensaba en Filotea, la amaba y le procuraba mil medios de salvación, como si no hubiere más almas en el mundo en quienes pensar, de la misma manera que el sol ilumina un lugar de la tierra como si no iluminase otros y sólo iluminase aquél. Así Nuestro Señor pensaba y cuidaba de todos sus hijos, de forma que pensaba en cada uno de ellos, como si no hubiese tenido que pensar en los demás. “Me amó -dice San Pablo-, y se entregó por mí”; como si dijera: sólo por mí, como si nada hubiese hecho por los demás. Esto, Filotea, ha de permanecer grabado en nuestra alma, para tener en mucho y fomentar tu resolución, tan preciosa para el Corazón del Salvador.
DEL AMOR ETERNO DE DIOS A NOSOTROS
Considera el amor eterno que Dios te ha tenido; porque ya antes de que Nuestro Señor Jesucristo, en cuanto hombre, sufriese en la cruz por ti, su divina Majestad te concebía en su soberana bondad, y te amaba en gran manera. Mas, ¿cuándo comenzó a amarte? Comenzó cuando comenzó a ser Dios. ¿Y cuándo comenzó a ser Dios? Nunca, pues siempre ha sido, sin principio ni fin, y te ha amado siempre desde la eternidad; por esto te preparaba las gracias y los favores que te ha hecho. Lo dice por el profeta: “Te amaré (dice a ti y a cada uno de nosotros) con un amor perpetuo; por lo tanto te atraje, compadecido de ti”.
Ha pensado, pues, entre otras cosas, en hacerte formar tus resoluciones para servirle. ¡Dios mío! ¡Qué resoluciones son éstas, pensadas, meditadas, proyectadas por Dios, desde toda la eternidad! ¡Cuán amadas y preciosas han de ser para nosotros! ¡Qué no hemos de sufrir, antes que dejar perder una sola brizna de ellas! Ciertamente, ni que se hubiese de perder todo el mundo para nosotros, pues todo el mundo junto no vale lo que vale una alma, y una alma no vale nada sin nuestras resoluciones.
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