Los hombres se atascan a veces ante obstáculos enormes, y a veces -es interesarlo señalarlo- ante obstáculos minúsculos. Un mero punto de pecado, de no perseverancia, de falta de correspondencia a la gracia, puede detener toda la vida espiritual de una persona.
Los atascos en la vida espiritual tienen todo tipo de variantes. Su naturaleza depende del obstáculo en el cual el hombre se atasca.
Los voluptuosos son aquellos que tienen afecto a los deleites sensuales; a otros les gusta la acción, el movimiento, actuar por actuar. Hay también, naturalmente, otros que tienen apego a las dos cosas al mismo tiempo.
Entre los voluptuosos, podemos encontrar a quienes cuyo placer no es tanto físico, ni espiritual, sino más bien interior.
Pero, lo que caracteriza propiamente a un atasco es el hecho de negarse a salir del atolladero. Se puede tener un defecto, y no estar atascado en él. Quien, al ser avisado de un defecto se esfuerza por combatirlo no puede ser considerado atascado, sino en la actitud de abandonarlo.
¿Qué es propiamente un atascado? Es alguien que tiene un defecto y adquiere en relación a él un apego tal que no quiere corregirse por mucho que se le diga.
Ese defecto puede no ser necesariamente un pecado mortal. Puede ser un pecado venial, puede ser un hábito que sea incluso un pecado "venialísimo". Pero en la medida en que la persona no quiere renunciar a ese punto, se atasca, y por eso podemos decir que la vida espiritual es una montaña en cuya pendiente se puede atascar uno a cualquier altura.
Hay quien se atasca muy alto. Es el caso de Fray Ignacio, hermano lego que, después de abandonarlo todo, se apegó a una cerradura. Ello dio origen a un proceso que acabó con su expulsión del convento. Era un hombre que estaba a cierta altura de la vida espiritual, pero se atascó por apego a un objeto. Naturalmente, no había sólo un apego a un determinado objeto, sino también a algo interior a lo que no quería renunciar.
Cuanto mayor es la altura alcanzada, tanto menor es la bagatela por la cual se atasca uno. Hay una especie de enfermedad de las alturas, pues quien a cierta altura no se ha dejado atascar por miedo a los leones es capaz de parar más arriba por causa de una mariposa. Hay una especie de vértigo en la vida espiritual, un tremendo complejo contra el cual es preciso defenderse con diez mil precauciones.
Tenemos atascos, por lo tanto, a todas las alturas de la vida espiritual. Cuando a veces conversamos con ciertas personas, vemos que son buenas, que tienen cualidades. Sin embargo, hay algo en ellas que nos da la impresión de estar medio aguado. Vamos a ver lo que pasa: ¡es que se han atascado! Han encontrado un punto cualquiera del cual deberían desapegarse y no han querido hacerlo. Se han aferrado a aquello y a partir de ese momento el dinamismo de la vida espiritual ha empezado a cambiar de figura y a esclerosarse.
Existe una enfermedad en la que las venas que alimentan el corazón van obstruyéndose y hacen que una parte del órgano muera, a pesar de que continúa latiendo. Miramos a la persona: está andando y de repente tiene un infarto y se para. Se le ha quedado una parte del corazón como muerta.
Cuando los atascos empiezan a multiplicarse, a partir de cierto momento obligan a la vida espiritual a pararse. En una persona que ya está en estado habitual de gracia o en una fase más alta de la vida espiritual, los atascos son semejantes a las pequeñas obstrucciones que aparecen en el sistema venoso del corazón. De repente, una vena se bloquea y un punto se queda como muerto.
Un hábito puede ser causa de un atasco. Por ejemplo, digamos que yo tenga la costumbre de llegar y ocupar este sitio, con la generosa condescendencia del sacerdote que nos acompaña, que nunca quiso aceptar sentarse aquí. Llego un día y lo encuentro sentado en este sitio. Él está en su derecho, porque el orden natural de las cosas es ese. Pero yo pienso que no se ha dado cuenta de que está ocupando mi sitio y me quedo de pie un rato. Me quedo molesto porque no me ha cedido el sitio. Él hace algún pequeño gesto, aquello me envenena y el sacerdote se me atraganta. Después, sobre aquella dificultad cae polvo infectado y, como se dice, surge una tirantez.
¿Qué es lo que ha ocurrido? Un hábito ha sido contrariado. Un pequeño hábito que ha resultado en un apego, en una especie de indisposición crónica.
En general, cuando encontramos a alguien que progresa en la vida espiritual, vemos que arrastra tras de sí una cola de apegos de ese género que cuesta hacer que caigan del camino. Así pues, vemos que éste es un problema fundamentalísimo de la vida espiritual. Mientras uno no se ha atascado, va avanzando hacia adelante, pero cuando sobreviene el atasco se deja de caminar.
Todo el mundo tiene tendencia a atascarse, aunque no se dé cuenta. Y el peor atasco es el que no se percibe.
¿Cómo desatacarse? El misterio está en que, dada la psicología del fenómeno, cuando una persona está atascada, se le pueden dar razones más razonadas y razonables que no sirven para nada. Se queda como el pueblo romano en la idolatría: de nada sirve darle argumentos.
Hay graduación en el atasco. Hay atascos que no desean, no esperan y no intentan salir de la situación en la que se encuentran.
Meten la cabeza en el barro y no quieren saber de nada más. Si se va a hablar de ellos, se enfadan echan pestes, gritan, se quedan resentidos. Solamente quieren enfrentamientos, no quieren saber nada de conversiones. Eso puede ocurrir también en las altas etapas de la vida espiritual.
Hay otros que están atascados, pero desean salir. Conocí a un borracho que iba por la vida diciendo: "Si fuera capaz de no beber, ¡qué bueno sería! Yo preferiría no beber". Él desearía no beber, pero no tiene ninguna esperanza de salir de esa situación y ni siquiera lo intenta. Está sumergido en el barro, pero tiene la cabeza fuera del lodo. Es un grado menos profundo de atasco.
Hay un grado aún menos profundo de atascos, un poco más curable. La persona desearía avanzar y tiene cierta esperanza de conseguirlo: "Algún día vendrá en que algo pasará en mi vida y me desatascaré".
Esa situación es comparable a los que viven endeudándose y dando sablazos a todo el mundo. Dicen: "Cuánto me gustaría no ser un sablista. Espera, que un día me toca la lotería y cuadro mis finanzas. Entonces, nunca más dará sablazos a nadie".
Ellos saben cuán improbable es que les toque la lotería. Pero en fin, al menos tienen una cierta esperanza de salvarse: "Al final de mi vida, en Su Infinita Misericordia, Dios ha de perdonarme y acabaré salvando mi alma".
Todos esos atascados tienen alguna esperanza de salir de su situación. No están enteramente desesperados.
(Continuará...)
Doctor Plinio Corrêa de Oliveira
Comentarios al Libro "El gran medio de la Oración",
de San Alfonso María de Ligorio
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