En medio del paisaje inmóvil, en una especie de nicho que formaba una mancha oscura en la parte derecha de la roca, a tres metros por encima del suelo, se agitaba una mata de espinos. Una suave luz iluminó progresivamente aquel agujero en sombra. Y dentro de la luz, una sonrisa; era una maravillosa niña blanca. Separó los brazos al tiempo que se inclinaba en un gesto de recibimiento que parecía decir: «Acercaos...» Bernadette, paralizada por la sorpresa, pasmada, no se atrevió a moverse. Algo, sin embargo, luchaba en su interior.
Volvió a abrir los ojos. La niña blanca seguía ahí, con su sonrisa. Con un gesto habitual, casi instintivo, se llevó la mano derecha al bolsillo del delantal, encontró el Rosario, el tranquilizador Rosario de las noches de asma. Levantó el brazo mecánicamente para hacer la señal de la Cruz con el crucifijo. ¡Sorpresa! el brazo se detuvo a medio camino; la mano cayó. ¡Da igual! Querer es poder... Pero no, el brazo le colgaba invenciblemente flojo y sin energía, aunque no dejaba de notar el tacto de la cruz de madera entre los dedos. De golpe, el sobrecogimiento se convirtió en miedo. Le temblaba la mano.
En el hueco de la roca, la Aparición esbozó un gesto, el gesto que Bernadette quisiera hacer. También ella sostenía un rosario en la mano, un rosario blanco con una gran Cruz brillante. Se lo llevó a la frente. Acompañando su gesto, el brazo de Bernadette se levantó por sí solo y dibujó a su vez una amplia señal de la Cruz. Con este gesto se desvaneció todo el temor y sólo quedó una intensa alegría. Bernadette se arrodilló.
Las dos compañeras que se alejaban distinguieron, al volverse, la minúscula silueta en su postura de oración, arrodillada sobre el banco de arena en pleno torrente. Ranne se encogió de hombros. —¡Está loca si se pone a rezar ahí! ¡Ya es suficiente con rezar en la iglesia!
De pronto... mientras pasaba las cuentas del rosario, Bernadette observaba todo lo que podía, y ambas acciones se acompañaban maravillosamente. El tiempo volaba y permanecía como una pequeña eternidad. La aparición hacía correr las cuentas entre sus dedos pero no movía los labios. Tan pronto terminó la oración, desapareció. Los ojos de Bernadette escrutaron en vano una estela de luz que se prolongó un instante antes de disiparse como una nube. ¡Sólo quedó la roca negra, la llovizna, el cielo bajo, el tiempo encapotado! Pero nada de todo eso pesaba ya. La fatiga y la preocupación de hacía un momento habían desaparecido. Aquellas Apariciones se repetirían hasta en diecisiete ocasiones más.
Del relato de las Apariciones de Nuestra Señora de Lourdes
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.