Al día siguiente, domingo, salió el Salvador de Betania y fue a Jerusalén, donde se le tributó aquel solemne recibimiento de los ramos, y se le aclamó como hijo de David. Toda la gente “iba diciendo cómo resucitó a Lázaro cuando estaba en la sepultura, y ésta fue la razón por la que salieron a recibirle”. Cerca ya de Jerusalén, “al ver la ciudad, lloró sobre ella”, y anunció la destrucción que iba a sufrir como castigo, por no saber a tiempo lo que de verdad le hubiera traído la paz.
Con el alboroto y ruido de esta entrada solemne del Señor “toda la ciudad se puso en pie”; y se preguntaban unos a otros: “¿Quién es éste?”. Jesús, que había sido aclamado como rey, entró en el Templo y, como Rey de Misericordia, “curó a todos los ciegos y cojos que allí estaban”. También esto fue un nuevo motivo de disgusto e indignación por parte de sacerdotes y escribas: le acusaban de que permitiera a los niños vitorearle como hijo de David, de que no hiciera callar a los que creían en Él y le llamaban rey de Israel.
El Salvador no les hizo caso; les dijo que, aunque callaran los hombres, “las mismas piedras hablarían”. El Señor oía complacido las voces de los niños porque “de su boca saca Dios las alabanzas”. Después de toda esta fiesta, “como era ya tarde, mirándolos a todos” y no habiendo nadie que le invitase a cenar ni a dormir, se volvió con sus discípulos a Betania aquella noche.
LA PASIÓN DEL SEÑOR
Padre Luis de Palma
1624
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