Hallándose San Nicolás en el Monasterio de Villazanes, junto a la Ciudad de Pesaro, y retirado en su celda, después de maitines, oyó una gran voz, que por lamentable, y eficaz, parecía salir del corazón dolorido de quien se quejaba atormentado, que le decía: Fray Nicolás, siervo de Dios, óyeme por tu amor infinito. Y el Santo le dijo: ¿Quién eres tú, que a estas horas me llamas? Soy el alma -dijo- de Fray Peregrino de Osmo, a quien tu conociste, que por los merecimientos de Cristo me hallo libre de las penas del Infierno; pero atormentado cruelmente de las del Purgatorio, porque aunque merecía las eternas; Dios, por su infinita clemencia, no me condenó a ellas: y para purgar mis culpas, padezco las del Purgatorio; y pues fuimos tan amigos, muestra, por quien Dios es, tu amistad, para que por medio de tus oraciones, penitencias, y sacrificios, salgo yo de tan ardiente abismo.
Le oyó el Santo compasivo y le dijo: Líbrete, hermano mío muy amado, nuestro Señor Jesucristo, que con su preciosa Sangre nos redimió a todos; pues yo tengo a mi cargo esta semana celebrar la Misa Mayor, por ser Hebdomadario, y habiendo de dar mañana Domingo principio a esta mi obligación, no podré en toda la semana aplicarte alguno de mis Sacrificios.
Oído esto, Fray Peregrino le replicó diciendo: Padre mío, por tu gran piedad socórreme en necesidad tan grave, porque si tu no me favoreces, a quien podré acudir para mi alivio? A todos consuelas, ninguno sale de tu presencia sin remedio; y yo, siendo tu amigo, he de experimentar nuevo dolor sobre los que padezco acervísimo, viéndome destituído de tus socorros espirituales? Pero para que no me cierres la puerta a mis ruegos, te pido me acompañes, y verás que no te pido para mi solo, sino para otras muchas almas, que padecen las mismas penas, que yo tolero.
Consintió en ello el Santo, y siguiendo al alma de Fray Peregrino, llegó a un campo yermo, que está a la otra parte del Convento, llamado Valmanente, y en él vio infinidad de Almas de diversos sexos y estados, que levantaron a una voz el grito, diciendo : Oh Padre Fray Nicolás, misericordia, misericordia. Mira que todas estamos esperando tu socorro porque si te inclinares a ofrecer el Sacrificio de la Misa por nosotras, creemos, que seremos libres de tan activo fuego, que nos abraza por nuestras culpas.
Con tan lamentable visión,no pudo el Santo dejar de enternecerse, inclinándose su corazón, como piadoso, a favorecer a tanto necesitado como le pedía alivio. Para implorarle de la Divina Clemencia, se ocupó lo restante de la noche en orar, y llorar, pidiendo a Dios con gran fervor, librase aquellas almas de las penas que padecían; y luego que amaneció, puesto de rodillas delante del Prior, le rogó con mucha humildad le concediese licencia para celebrar aquella semana por las Ánimas del Purgatorio, expresándole la visión, para que no se resistiese a su petición.
Entendida la necesidad por el Prelado, encomendó a otro el cargo de las Misas Conventuales, y dio licencia al Santo, para que aplicase las suyas por las Ánimas. San Nicolás las celebró con suma devoción, y se empleó toda aquella semana en los ejercicios de orar, ayunar, llorar y disciplinarse, para que tan devotos actos sirviesen de alivio a las Ánimas, y de disposición para sus Sacrificios fuesen más aceptos a Dios.
Pasados los ocho días volvió a aparecerse el alma de Fray Peregrino, y muchas de las que la acompañaban en las penas, y resplandecientes, y alegres le dieron las gracias, por hallarse ya libres de las penas del Purgatorio por sus oraciones, y Sacrificios. En cuya memoria se fundaron en la cristiandad muchas Cofradías, para alivio de las Ánimas del Purgatorio, dedicándolas al Glorioso San Nicolás.
ORACIÓN A SAN NICOLÁS DE TOLENTINO
¡Oh glorioso Protector de las Almas del Purgatorio, San Nicolás de Tolentino! Con todo el afecto de mi alma te ruego que interpongas tu poderosa intercesión en favor de esas Almas benditas, consiguiendo de la Divina Clemencia la condonación de todos sus delitos y sus penas, para que saliendo de aquella tenebrosa cárcel de dolores, vayan a gozar en el Cielo de la Visión Beatífica de Dios. Y a mí, tu devoto siervo, alcánzame, ¡oh gran Santo!, la más viva compasión y la más ardiente caridad hacia aquellas Almas queridas. Amén.
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