sábado, 22 de septiembre de 2018

SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, Arzobispo de Valencia



          Hijo primogénito de Tomás García y Lucía Martínez de Castellanos, Hijodalgos de Villanueva de los Infantes, partido y vicaría del Campo de Montiel, provincia de La Mancha, en la corona de Castilla, en la Navidad de 1486, en Fuenllana. La hidalga familia tenía una posición económica desahogada, permitiendo a algunos de sus miembros estar vinculados con las Órdenes Militares y dedicarse al gobierno municipal; fueron cinco hermanos.





          De su madre aprendió las virtudes domésticas, a nombrar a la Virgen María y a llevarla en su corazón, como demostrará el resto de su vida; de su padre adquirió la misericordia para con los necesitados. La caridad como justicia, pero también como limosna y como entrega personal al necesitado, fue práctica y dedicación constante. La puerta de su casa solariega siempre estuvo abierta -aún antes de llamar- para socorrer a los necesitados; siendo muy niño volvió a casa varias veces vestido de harapos porque su ropa la había entregado a los pobres; otro día, estando sólo en casa, ante la petición angustiosa de unos necesitados, y no teniendo nada que ofrecerles, fue entregando, uno a uno, los pollos que había en el corral.

          Recibió las primeras letras en su pueblo en el recién fundado convento de San Francisco, donde su madre -y posteriormente él mismo siendo Arzobispo- creó una obra pía y allí se erigió el panteón familiar; también debió realizar allí los estudios iniciales de latinidad y principios de lógica, hasta que con 16 años se trasladó a Alcalá en 1501, donde cursó el ciclo de Humanidades. En la recién fundada Universidad cisneriana estudió Artes, graduándose de Bachiller en 1508, pocas semanas antes de que se inaugurase el Colegio Mayor de San Ildefonso (1508), en el que pocos días después ingresa para completar su formación curricular: Maestro en 1509 y Catedrático, en 1512.

         Refieren muchos testigos y biógrafos que la Universidad de Salamanca le ofreció una cátedra pero, descubriendo que Dios le quería en otros claustros, el 21 de Noviembre de 1516 tomó el hábito en el convento de San Agustín de la ciudad del Tormes, día de la Presentación de Nuestra Señora, profesando el día 25 de Noviembre de 1517, pocos días después de que su hermano en religión, Fray Martín Lutero clavara las 95 tesis en la puerta de la capilla de la Universidad de Wittenberg, comenzando una curiosa existencia en paralelo estos dos agustinos, súbditos del César Carlos.

          En Diciembre de 1518 es ordenado sacerdote, celebrando su primera Misa el día de Natividad de Nuestra Señora; a partir del año siguiente comenzará su vida pública de servicio a la Iglesia y a la Orden de San Agustín, ostentando los cargos de Prior en diferentes conventos; parece ser que renunció al Arzobispado de Granada y, en virtud de santa obediencia, acepta el de Valencia, el 5 de Julio de 1544.





          Es conocido por su amor a la Virgen, como demuestran sus escritos, y por la piedad de sus predicaciones; fueron famosos los sermones predicados en la Catedral de Salamanca en la Cuaresma de 1521. Cuando se autoriza a los agustinos a fundar el convento de Madrid -San Felipe el Real, 1544- es con la condición de que Fray Tomás de Villanueva resida en él o venga a predicar todas las cuaresmas; el propio emperador y la emperatriz acudían en Valladolid a escucharle, aceptando que el santo no les recibiese porque antes era prepararse para exponer con dignidad y con unción la palabra de Dios; fomentó con especial interés el espíritu misionero, propiciando el envío de religiosos a los territorios americanos para difundir la luz del Evangelio.

         La Diócesis de Valencia para la que fue nombrado Pastor en 1544 era una sede amplia, compleja y con problemas estructurales: tenía una enorme población morisca, mal integrada, peor convertida y en muchos casos explotada por miembros de la nobleza como trabajadores agrícolas; la reiterada ausencia de los anteriores prelados, había ocasionado un vacío de autoridad, dejando a la comunidad cristiana sin pastor que la guiase, sin padre que la guardase, sin voz que les animase, sin luz que les iluminase; el relajado ambiente moral del clero era un fenómeno habitual y extendido; la falta de un centro donde los jóvenes aspirantes al sacerdocio se formasen humana, cultural y espiritualmente, hacía que los niveles de estos futuros ministros no alcanzasen la cota mínima que cabía esperar para que pudiesen cumplir con dignidad la misión a ellos confiada.


          Mantuvo una especial predilección por los pobres, las huérfanas y los niños abandonados, especialmente estos últimos, que por su desvalimiento no podían sobrevivir y ser criados con dignidad, llegando a tener habitualmente más de medio centenar, que alimentaba, vestía y educaba; los primeros de mes visitaba las dependencias donde se criaban y a las amas que los cuidaban, interesándose por su desarrollo y salud.

          Se consideró administrador de los bienes de ellos, a los que, por justicia, debían volver; esta actitud le llevó a vigilar con especial cuidado los gastos del arzobispado, pensando que todo los que no fuese estrictamente necesario era un robo que se hacía a los pobres. Daba sin humillar, corregía sin ofender, enseñaba sin herir. Anualmente entregaba en limosnas casi las tres cuartas partes de las rentas del arzobispado. La austeridad de costumbres, en su persona y en el Palacio Arzobispal, la sencillez del vestido, la frugalidad de la mesa, la humildad del ajuar, lo reducido del servicio, la piedad de vida, la mansedumbre en el trato… 





         Oraba y estudiaba; sus sermones han quedado como ejemplo de buena catequesis -por la concisión en el mensaje, la sencillez en la exposición, y la unción religiosa del contenido-, basados en la Sagrada Escritura y en los Santos Padres, especialmente San Agustín, del que siempre se esforzó por ser reflejo de su luz, eco de su voz, discípulo de su pensamiento y heredero de sus ideales. 


          El Cristo de su oratorio fue el amigo íntimo al que confiaba el gobierno de la Diócesis y del que sacaba ejemplo y fuerzas para cumplir con su misión; esa imagen será la que le anuncie la inminente muerte para el día de la Natividad de María. Se apresuró a ponerse a bien con los pobres, que era la forma de poder justificarse ante Dios de una correcta administración de los bienes; dejó pagado el sustento de un año y el salario de las amas de cría de los niños abandonados; ordenó al tesorero y al limosnero del Arzobispado que entregasen urgentemente a los pobres todo el numerario que hubiese en las arcas del arzobispado, ya que deseaba morir sin poseer nada; después fue repartiendo las pertenencias de su casa y, en un último gesto de desprendimiento, entregó la cama en la que estaba a un criado, pidiéndosela prestada para morir, como ocurrió el día 8 de Septiembre de 1555. Fue beatificado por el Papa Pablo V, en 1618, y canonizado por Alejandro VII, en 1658. 



        



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