jueves, 12 de septiembre de 2019

EL DULCE NOMBRE DE MARÍA, salvación de todos los que la invocan


               Así como después de Navidad se celebra la Fiesta del Santo Nombre de Jesús, tras celebrar la Natividad de Nuestra Señora, es muy conveniente que honremos ahora el Santísimo Nombre de María, que parece significar "la Amada de Dios", tanto por su destino como Madre del Altísimo como por sus grandes y perfectas virtudes.

               San Bernardo fue uno de los más grandes propagadores de la Devoción al Dulce Nombre de María; para él no podía la Madre de Dios tener un nombre más propio, ni que significase mejor Su excelencia, Sus grandezas y Su alta dignidad, que el Nombre de María. 

               También otros Santos como Santa Brígida, San Bernardino de Siena, San Antonio de Padua, alababan y bendecían las glorias del Nombre de María y se constituyeron en resueltos propagadores de esta hermosa Devoción.

               La primera celebración litúrgica del Nombre de María tuvo lugar en España, en 1513, en la ciudad de Cuenca, después de que el Papa León X, concediera a la Catedral de la ciudad dedicar una Capilla con ese título. Debido a la promulgación del Misal de San Pío V en 1570, se hizo necesaria una nueva petición. Por esta razón, el Canónigo Juan del Pozo Palomino, pidió y obtuvo del Papa Sixto V, el 17 de Enero de 1587, poder seguir celebrando dicha Fiesta del Dulce Nombre de María en la Catedral, como Fiesta de la Octava de la Natividad de María y en 1588, logró que se le concediera a toda la Diócesis de Cuenca.






               Pero el fervor mariano de los españoles y en particular, del religioso trinitario Beato Simón de Rojas,  obtuvo de Roma el 31 de Mayo de 1622, el permiso para celebrar el Dulce Nombre de María en todas las casas y capillas de la Orden de los Trinitarios de Castilla, así como en la Diócesis de Toledo

               Meses más tarde, el 5 de Enero de 1623, su  Católica Majestad el Rey Felipe IV logró la extensión de la Fiesta a todas las provincias españolas, de tal modo que pudiesen rezar el Oficio del Dulce Nombre de María, todos los Sábados (menos en Cuaresma y Adviento).

               En 1671, el Papa Clemente X autorizó la celebración del Dulce Nombre de María en todos los dominios españoles

               En 1683, el Papa Inocencio XI formó una gran coalición cristiana con el Emperador Leopoldo I, el Rey Juan III Sobieki de Polonia y tropas húngaras para repeler a los mahometanos que amenazaban con invadir Europa. Los ejércitos cristianos conseguirán vencer a los turcos a las puertas de Viena en 1683 y reconquistar Budapest tres años más tarde, con lo que Hungría se verá libre de la presión turca. Como recuerdo por la victoria en Viena, el Papa Inocencio XI proclamó la Festividad del Dulce Nombre de María el 12 de Septiembre de ese mismo año, extendiendo su celebración a toda la Iglesia Universal.

              



                       El Augusto Nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como sucede con todos los demás nombres que se imponen. 

              Este Nombre fue elegido por el Cielo y se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan San Jerónimo, San Epifanio, San Antonino y otros. “Del Tesoro de la Divinidad –dice Ricardo de San Lorenzo– salió el Nombre de María”. 

              De él salió Tu excelso Nombre; porque las Tres Divinas Personas, prosigue diciendo, te dieron ese Nombre, superior a cualquier nombre, fuera del Nombre de Tu Hijo, y lo enriquecieron con tan grande poder y majestad, que al ser pronunciado Tu Nombre, quieren que, por reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el Cielo, en la tierra y en el infierno. 

               Pero entre otras prerrogativas que el Señor concedió al Nombre de María, veamos cuán dulce lo ha hecho para los siervos de esta Santísima Señora, tanto durante la vida como en la hora de la muerte.

               En suma, llega a decir San Efrén, que el Nombre de María es la llave que abre la Puerta del Cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene razón San Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la invocan”, como si fuera lo mismo invocar el Nombre de María que obtener la Salvación eterna.

               También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este Santo y Dulce nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una gloria sublime en la otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis, hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María, invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo ciertamente atenderá a la Madre”.


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



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