-Es vida que siempre alegra y nunca sufre ocaso-
Para calmar esta sed entré en la religión y profesé en la Orden del Carmen, pues en este valle de destierro es para mí la religión la fuente escondida y cerrada donde Dios me da a beber la prometida agua suya , que es agua viva de amor de Cielo y comunica vida eterna.
Muy al contrario de lo que el mundo piensa, no vine a la religión a morir, sino a recibir vida verdadera y llenarme de vida; a que Dios ponga en mi alma su vida prometida. Muy gozoso repito mil veces las palabras del Salmo: “No moriré, sino que viviré y cantaré las grandezas del Señor”.
Lo he querido dejar todo y he abrazado mi Orden para vivir la vida verdadera, la vida de gracia y de virtud, que es vida de Dios; es vida que siempre alegra y nunca sufre ocaso. El mismo Dios que me la ha prometido quiere dármela; quiere saciarme en su casa con esta vida de amor divino y hacerme entrar en una luz sin sombras, en una vida sin desfallecimientos.
Jesús me ha dicho: Yo soy la vida y quiero dártela a ti; y me trae a su casa a que viva en Él mismo y participe de esa vida divina, cada vez más intensa, haciéndome con ella, en cierto modo, divino.
No es soberbia, Dios mío, ni presunción ni desordenado atrevimiento de este pobre corazón mío pensar de este modo y desear y esperar vivir vuestra misma vida aún en este destierro. Sería inexplicable soberbia si a mí se me hubiera ocurrido; pero me lo enseñaste Tú como Padre mío y me lo mandaste. Quiero, humilde y obediente, seguirte; quiero, rendido y fiel, ofrecerme a Tu voluntad y con ella conseguir tanta dicha.
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