El Amador de las almas, nuestro adorable Redentor, declaró que había bajado del Cielo a la tierra para encender en el corazón de los hombres el fuego de Su Santo Amor. “Fuego vine a traer a la tierra”, dice San Lucas, “¿y qué he de querer sino que arda? .¡Ah! ¡y qué incendios de caridad no ha levantado en muchas almas, especialmente al patentizar por los dolores de Su Pasión y Muerte el amor inmenso que nos tiene!.
¡Cuántos enamorados corazones ha habido en las Llagas de Cristo, como en hogueras de amor, se han inflamado de tal suerte, que para corresponderle con el suyo no titubearon en consagrarle sus bienes, su vida y todas sus cosas, superando con gran entereza de ánimo todas las dificultades que les salían al paso para estorbarles el cumplimiento de la ley divina, guiados por el amor de Jesús, que no obstante ser Dios, quiso padecer tanto por amor nuestro!.
Por esto el enamorado San Agustín, contemplando a Jesús Crucificado y cubierto de llagas, exclama: “Graba, Señor, Tus Llagas en mi corazón, para que me sirvan de libro donde pueda leer Tu dolor y Tu Amor; Tu dolor, para soportar por Ti toda suerte de dolores; Tu Amor, para menospreciar por el tuyo todos los demás amores.”
Porque teniendo ante mis ojos el retablo de los muchos trabajos que por mí, Dios Santo has padecido, sufriré con paz y alegría todas las penas que me sobrevengan, y en presencia de las pruebas de infinito amor que en la Cruz me diste, ya nada amaré ni podré amar fuera de Ti.
¿De dónde, decidme, sacaron los Santos valor y entereza para soportar tanto género de tormentos, de martirios y de muertes, sino de la Pasión de Jesús Crucificado?
Al ver a San José de Leonisa, religioso capuchino, que querían atarle con cuerdas, porque el cirujano tenía que hacerle una dolorosa operación, el Santo, tomando en las manos el Crucifijo, exclamó: “¡Cuerdas!, ¿para qué las quiero yo? Aquí tengo a mi Señor Jesucristo clavado en la Cruz por mi amor, estas son las cadenas que me atan y me obligan a soportar cualquier tormento por Su Amor”. Y tendido en la mesa, sufrió la operación sin exhalar una queja (1) pensando en Jesús, que como profetizó Isaías, “guardaba silencio, sin abrir siquiera la boca, como el corderito que está mudo delante del que le esquila” .
¿Quién podrá decir que padece sin razón al ver a Jesús “despedazado por nuestras maldades?” . ¿Quién rehusará sujetarse a obediencia, so pretexto de que le mortifica, al recordar que Jesús fue obediente hasta morir?.
¿Quién se atreverá a hurtar el cuerpo de la humillación viendo a Jesús tratado como loco, como rey de burlas y como malhechor; al verle abofeteado, escupido y clavado en un patíbulo infame?.
Al ver a San José de Leonisa, religioso capuchino, que querían atarle con cuerdas, porque el cirujano tenía que hacerle una dolorosa operación, el Santo, tomando en las manos el Crucifijo, exclamó: “¡Cuerdas!, ¿para qué las quiero yo? Aquí tengo a mi Señor Jesucristo clavado en la Cruz por mi amor, estas son las cadenas que me atan y me obligan a soportar cualquier tormento por Su Amor”. Y tendido en la mesa, sufrió la operación sin exhalar una queja (1) pensando en Jesús, que como profetizó Isaías, “guardaba silencio, sin abrir siquiera la boca, como el corderito que está mudo delante del que le esquila” .
¿Quién podrá decir que padece sin razón al ver a Jesús “despedazado por nuestras maldades?” . ¿Quién rehusará sujetarse a obediencia, so pretexto de que le mortifica, al recordar que Jesús fue obediente hasta morir?.
¿Quién se atreverá a hurtar el cuerpo de la humillación viendo a Jesús tratado como loco, como rey de burlas y como malhechor; al verle abofeteado, escupido y clavado en un patíbulo infame?.
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