Sor María de San Pedro fue una monja carmelita en Tours, Francia que vivió de 1816 a 1848.
El 24 de Noviembre de 1843, Nuestro Señor le comunicó las siguientes palabras:
“La Tierra está repleta de crímenes. La violación de los primeros tres Mandamientos de Dios ha molestado a Mi Padre. El Santo Nombre de Dios ha sido blasfemado, y el Santo Día del Señor profanado, saturado de cantidad de iniquidades. Estos pecados se han acumulado hasta el Trono de Dios y han provocado Su Ira, la cual estallará pronto si Su Justicia no es apaciguada. Jamás han llegado estos crímenes a tal punto”.
“Él me abrió Su Corazón, y juntando allí las fuerzas de mi alma, se dirigió a mí con estas palabras: ‘Mi Nombre es blasfemado en todas partes. Hasta los niños me blasfeman’. Él me hizo entender que este espantoso pecado lastima penosamente Su Divino Corazón más que cualquier otro. Por medio de la blasfemia el pecador maldice el Rostro de Dios, lo ataca abiertamente, anula la Redención y pronuncia su propia condenación y juicio.
La blasfemia es una flecha envenenada que siempre lastima su Divino Corazón. Él me dijo que desea darme una Flecha de Oro con la cual herir con delicias su Corazón y sanar esas heridas infligidas por la malicia de los pecadores".
Este es el origen de la oración que casi todos conocemos, "La Flecha de Oro".
En estos Comunicados del Cielo, se le pidió a Sor María de San Pedro hacer una comunión de reparación por la profanación dominical (pecado contra el Tercer Mandamiento).
Sor María de San Pedro escribe:
“... Nuestro Señor me ordenó comulgar los domingos por estas tres intenciones particulares:
1) En espíritu de expiación por todas las tareas prohibidas que se hacen los domingos, que como día de observancia debe ser santificado;
2) Para apaciguar la Justicia Divina que estaba a punto de descargarse a causa de la profanación de los días de guardar;
3) Para implorar la conversión de aquellos pecadores que profanan los domingos, y para lograr la terminación del trabajo dominical prohibido”.
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