Todo comenzó cuando Nuestro Señor Jesucristo, tras ser brutalmente azotado, golpeado y crucificado, falleció en el pequeño montículo cercano a Jerusalén llamado en hebreo Gulgoleth, en arameo Golgotha y que traducido significa “cráneo pelado”. José de Arimatea ofreció su sepulcro aristocrático para que el Señor fuera sepultado. “Fue también Nicodemo –aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús” (Evangelio de San Juan, capítulo 19, versículos 38-42).
El Evangelio de San Lucas especifica que fue envuelto en una sábana, y lo mismo escriben San Marcos y San Mateo, este último concretando que era una sábana limpia.
Según la costumbre de la época la sábana para amortajar a los difuntos era de lino. En el lugar en que fue enterrado Jesús, un huerto en la ladera del Gólgota, se han descubierto otras tumbas judías de la época. San Juan, en el capítulo 20, versículos 3-10 de su Evangelio, nos dice: “Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no había comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos entonces volvieron a casa”.
Amando y creyendo que Cristo había resucitado... ¿Resulta lógico que dejaran allí abandonado el sudario? El sudario debió ser para la naciente Iglesia uno de los recuerdos más valiosos del añorado Maestro, hombre y Dios. La primera Guerra Judía contra el poder romano comenzó en otoño del año 66. Al año siguiente las tropas de Vespasiano y Tito tomaban Jerusalén. Antes, no obstante, los judeocristianos abandonaron la ciudad –según relata el historiador del siglo III Eusebio, avisados en sueños- en dirección a la Decápolis, una zona neutral en la que había ciudades como Edessa, Pella, Escitópolis y Damasco. De esta fuga existe un documento del segundo sínodo de Nicea que reza así: “en el bienio anterior a la toma de Jerusalén los judeocristianos -que serían acusados por sus compatriotas judíos de poco patriotismo- se alejaron de la ciudad llevando consigo sus objetos más preciados: imágenes y cosas sagradas...”
En 1910 se descubrió en la Biblioteca Nacional de Palermo un códice de 1205 en el que Teodoro Angel Comneno, pariente del último emperador bizantino legítimo, dirige una súplica al papa Inocencio III en estos términos. "El año pasado en el mes de Abril y con el falso pretexto de liberar Tierra Santa el Ejército Cruzado vino a devastar la ciudad de Constantino... A la hora de repartirse el botín, los venecianos se llevaron los tesoros de oro, plata, y marfil y los galos - los francos- las reliquias de los santos, de las cuales la más sagrada es el Lienzo en el que Nuestro Señor Jesucristo fue envuelto después de su muerte... Sabemos que las cosas sagradas se conservan en Venecia, en Galia y en otros lugares de los depredadores, pero el Sagrado Lienzo está en Atenas...Que los depredadores se queden con el oro y la plata, pero que nos devuelvan lo que es sagrado...
En 1241 Balduino II de Courtenay, quinto emperador latino de Constantinopla envió al Rey de Francia, Luis IX, un regalo constituido por reliquias y objetos sagrados que el monarca hizo colocar en la Sainte Chapelle de París.
En París, mientras tanto, un monje benedictino llamado Gerardo inventariaba los objetos enviados por Balduino, y entre ellos menciona "una tabla sobre la que reposa la Faz del Señor cuando fue bajado de la Cruz". En realidad se trataba de la tabla sobre la que descansaba el lienzo de Edessa. Al desplegarse el lienzo, la tabla, santificada por él a lo largo de siglos, fue conservada y sobre ella se pintó tal la vez la primera Santa Faz de las muchas que vendrían después. De hecho, el abad danés Nicolás Bergthorson afirmaba que vio "Un lienzo y un retrato". Ese retrato era la tabla inventariada por el benedictino Gerardo.
Treinta y cinco años después de su muerte, un descendiente, llamado también Godofredo de Charny, cayó prisionero en la toma de Calais. Su rescate lo pagó con mil escudos de oro el Delfín de Francia. Arruinado por la guerra, Godofredo solicitó al Papa Clemente VI indulgencias y privilegios para su capilla privada francesa de Lirey - los Papas padecían entonces el destierro de Avignon- y como contrapartida se comprometió a exponer "el sudario de Nuestro Señor Jesucristo". La Santa Sábana salta desde entonces a la luz pública y como ocurre con este tipo de acontecimientos un aluvión de fieles y peregrinos comenzó a visitar la capilla de Lirey.
Para ellos el hábil Godofredo acuñaba placas conmemorativas que servían de recordatorio de la visita. A fines del siglo XIX se encontró una de ellas en el Sena. En ella se representa el Sudario tal como se contempla a vista desnuda y los escudos de los Charny y Vergy... Es ahora cuando comprendemos que ese medallón era una reproducción exacta de la Sábana Santa.
Las autoridades eclesiásticas autorizaron la exposición de la reliquia amparadas en documentos tan secretos que no han llegado hasta nosotros. En 1453 la noble Casa de Saboya compró el lienzo a la última de los descendientes de los Charny, Marguerite. El lienzo estuvo un tiempo en Chámbery donde en 1532 padeció un incendio que dejó huellas. Luego la llevaron consigo a Turín, donde se venera en la actualidad.
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