Dedicamos los días jueves a meditar el Misterio Eucarístico, la gran bondad que tuvo Nuestro Señor Jesucristo de quedarse en nuestros sagrarios, oculto bajo la forma de una sencilla hostia, pero en toda Su Gloria, rodeado de la Corte Celestial, invisible a algunos ojos humanos, que le adora sin cesar noche y día. Deseo que tú que lees esto, te conviertas en uno de esos adoradores del Señor en el Tabernáculo, donde tendrás preferencia si con humildad te arrodillas y le entregas tu corazón...
Recuerda además en tus oraciones, pedir hoy de manera especial por LA SANTIDAD SACERDOTAL, para que el Señor conserve en la fidelidad a los buenos sacerdotes y nos siga bendiciendo con el maravilloso regalo de Su Presencia en medio de la actual Apostasía.
No podemos dejar de desear el Cielo consciente o inconscientemente, porque no podemos dejar de tender a nuestro fin último, al fin para el cual Dios nos creó, ni podemos dejar de desear el bien, ser felices y vivir la felicidad perfecta. Y Dios nos creó para el mismo Dios que, repito, es la felicidad y el Cielo verdadero, porque el Cielo y la felicidad es el cúmulo de todos los bienes. Todos deseamos y buscamos la felicidad, y la felicidad infinita es Dios y sólo Dios puede dar la felicidad.
La Eucaristía, por lo mismo que es la Persona de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, real, presente, infinito en Sí y glorioso en Sí, es la soberana Majestad y la Omnipotencia y se ha de recibir con todo el honor y toda la veneración. La preparación para recibirla con el alma limpia -y debiera ser con una vida muy santa-, ha de hacerse con mucha atención, recogimiento y grande amor. Toda preparación no es bastante para la reverencia que se merece. Se va a recibir al Santo de los Santos, a Dios infinito, Omnipotente y de soberana Majestad, de augusto señorío e imponente grandeza.
(...) la mejor preparación es el silencio en íntimo recogimiento y atención a Jesús-Dios, que tenemos dentro del pecho, escuchar a Jesús y mirarle con amor callado, agradecido y suplicante.
Deseamos hablar y ver a Jesús. Que le miremos, le hablemos y le pidamos. En esos momentos está dentro del pecho, más aún: dentro, íntimo en el alma.
El alma santa acompaña a Jesús. Le mira en el Sagrario y pide a Jesús haga de su pecho un sagrario vivo y perenne. Con algunas almas lo ha hecho permaneciendo las especies sacramentales continuamente en el pecho. Le llevaban dentro en amor y le miraban. Jesús era su íntimo compañero; le trataban en intimidad..."
Padre Valentín de San José, "La Divina Eucaristía, Su Comunión y prodigios"
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