De una manera parecida, el Misterio adorable del Nacimiento de Jesucristo es renovado y puesto ante nosotros en la Santa Misa. Pues, tal como Cristo derivó su existencia humana de la Santísima Virgen María, así en la Misa a las palabras del Sacerdote, viene otra vez a la tierra con el ropaje de la humanidad, y el Celebrante, cuando las últimas palabras de la Consagración han pasado por sus labios realmente tiene a Dios hecho Hombre en sus manos. Como prueba de esto, puesto de rodillas, humildemente adora a su Dios y Creador; le eleva reverentemente, ostentándole a los fieles allí presentes.
Tal como la Virgen Purísima les mostró Su Infante recién nacido envuelto en pañales a los pastores sencillos que vinieron a adorarle, así el Sacerdote levanta el mismo Cristo Infante, no ya envuelto en pañales sino oculto bajo la forma de pan a la vista de los fieles para que le vean y le adoren como a su Dios y Señor. Y los que hacen esto con profundo amor y reverencia, hacen un acto de Fe mayor que el que hicieron los piadosos pastores, ya que ellos, contemplando con sus ojos la Humanidad de Cristo, creyeron en Su Divinidad, mientras que nosotros vemos solamente las formas exteriores de pan y vino, y sin embargo, creemos firmemente que tanto la Divinidad como la Humanidad de Cristo están ocultos en ellas.
En la Santa Misa, el Niño que se hace presente es el mismo que fue adorado por los tres Reyes y tomado por Simeón en sus brazos y presentado por la Santísima Madre de Dios en el Templo del Padre Eterno. Podemos imitar el ejemplo de estas santas personas, ofrecerle a Cristo adoración aceptable y merecer un premio sempiterno.
Además, escuchamos a Cristo proclamando por boca del Sacerdote su Santo Evangelio a nosotros para beneficio y salvación de nuestras almas. Cuando la Misa continúa, le contemplamos ejerciendo su poder milagroso, transformando pan en su Carne y vino en su Sangre Preciosa, un milagro mucho mayor que el de Caná, donde cambió agua en vino.
Finalmente en la elevación, vemos a Cristo levantado en la Cruz y con los oídos de nuestro cuerpo espiritual le escuchamos intercediendo por nosotros: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen…” (Libro del Levítico, cap. 23, vers. 34). Quiere decir: “No saben qué profundamente han ultrajado a vuestra Divina Majestad con sus pecados.”.
Es verdad que no contemplamos todas estas cosas con nuestros ojos corporales, las percibimos por los ojos de la Fe sobrenatural y por esta Fe merecemos un premio más grande que el que merecieron los que las presenciaron con sus ojos. Sabemos esto por la autoridad de Jesús mismo, que dijo: “…dichosos los que sin ver creyeron.” (Jn. 20, 29). cuanto más altos y más incomprensibles son estos misterios tanto más meritoria es nuestra fe y más grande será nuestro galardón en el cielo.
En cuanto a eso, el Padre Sánchez escribe: “Si los Cristianos supieran como aprovecharse de estas cosas, podrían por la asistencia a una sola Misa. adquirir un repuesto de riquezas mayor al que se podría encontrar en todas las cosas creadas.”
¿Qué piensa Usted ahora de la Santa Misa? ¿Puede haber alguna otra obra buena en el mundo, por la cual sean puestas a nuestro alcance tantas gracias?. Ya no es posible cuestionar la verdad de las palabras del Padre Sánchez arriba citadas: ” si los Cristianos supieran aprovecharse de la Santa Misa, adquirirían mayores riquezas que las que se pueden encontrar en todo lo que Dios ha creado.”. En verdad, tenemos una mina preciosa en la Santa Misa: bendito sería aquel que supiese ganar tesoros tan grandes a costa de tan poco trabajo.
¿Quién se perdería la Santa Misa de buena gana?, ¿quién no se deleitaría en asistir a ella?. Entonces nunca dejemos pasar una oportunidad de asistir a la Santa Misa.
No asistir diariamente a la Santa Misa por mero descuido o pereza, probaría que o éramos ignorantes, o indiferentes a los vastos tesoros divinos que contiene.
Que Dios conceda que los que lean esto puedan de ahora en adelante apreciar con mayor profundidad esta perla de gran precio, estimarla más y buscarla con mayor diligencia.
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