Trataremos primero del Misterio sublime de la Encarnación. Empezaré por citar el testimonio del erudito y santo Jacobo Marchantius, que para probar que, cada vez que se celebra la Santa Misa, la Encarnación del Hijo de Dios es renovada, escribió: "¿Qué es la Misa?. ¿Una representación?. No, es más bien una renovación verdadera y completa de la Encarnación; el Nacimiento, la Vida, los Dolores y la Muerte de Cristo, y la redención que llevó a cabo." Algunos quizás no estarán de acuerdo con esta declaración, por maravillosa y casi incomprensible que sea. Así, para probar que es verdad, en este capítulo procederemos a demostrar la manera en que Cristo se encarna siempre que se celebra la Santa Misa.
Los Santos Padres, llaman a este adorable Sacramento una extensión de la Encarnación. Es para perpetuar el Reino de Su Gracia y Amor dentro de nosotros, y para habilitarnos a vivir siempre una vida divina y sobrenatural en Él y por Él. Sabemos qué grande, qué vasto y qué inexpresable fue el beneficio de Dios en Su Infinita Misericordia, otorgado a la humanidad cuando el Verbo Eterno, por los hombres y por su salvación, bajó del Cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Santísima Virgen María, asumiendo así nuestra naturaleza humana. Es éste un Misterio incomprensible que el Sacerdote adora cuando, en el Credo, a las palabras ”Et incarnatus est” ( y se hizo carne ) se inclina dando gracias al Dador de todo bien por haberse humillado tan profundamente.
La Santa Iglesia, en su sabiduría, ha decretado que cada año durante el tiempo de Adviento, todos los fíeles deben meditar esta condescendencia infinita, adorar el misterio de la Encarnación y dar gracias a Dios por Su Bondad, como es nuestro deber. Pues al encarnarse, Cristo ganó gracias tan grandes para nosotros, sufrió tanto en Su Cuerpo, que una eternidad no será bastante larga para agradecérselo debidamente.
La mayor maravilla es que Cristo no se contentó con hacerse hombre por nosotros solamente una vez. Para renovar y aumentar cada día y cada hora la Reparación, el Padre Eterno y el Espíritu Santo en la plenitud de Su Sabiduría Divina idearon e instituyeron el Misterio sublime de la Santa Misa. En ella la Encarnación es renovada tan verdaderamente como si en realidad pasara otra vez, aunque de una manera mística.
Para eso tenemos la autoridad de la Iglesia Católica, ya que en la oración secreta del IX Domingo después de Pentecostés leemos: “porque cada vez que celebramos la conmemoración de este Sacrificio se reitera la Obra de nuestra Redención”. ¿Cuál es esta Obra de nuestra Redención?. Que la Encarnación, el Nacimiento, los Dolores y la Muerte de Jesucristo, todos son efectuados y renovados cada vez que se celebra la Santa Misa. San Agustín también atestigua esto: “Qué grande es la dignidad del Sacerdote, en cuyas manos Cristo se hace hombre otra vez. ¡Oh Misterio Celestial!, efectuado de una manera tan maravillosa por Dios-Padre y Dios-Espíritu Santo a través de la instrumentalidad del Sacerdote.”
San Juan Damasceno dice: “Me preguntan cómo el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo. Contesto: El Espíritu Santo cubre con Su Sombra al Sacerdote y obra en el pan y el vino lo que obró en el seno de la Virgen María”.
Encontramos la misma declaración en las palabras de San Buenaventura : “Dios, no parece hacer menos cuando se digna descender del Cielo diariamente sobre nuestros Altares que cuando bajó del Cielo y tomó sobre Sí nuestra naturaleza humana”. Estas claras palabras del Seráfico Doctor nos dicen que Cristo hace un milagro tan grande en cada Santa Misa que se celebra como lo hizo cuando se hizo hombre hace más de dos mil años. Esto es ratificado por el venerable Alanus de Rupe que pone las siguientes palabras en la boca del Salvador: “Como una vez me hice hombre por la salutación angélica, así en cada Misa me hago hombre otra vez de una manera sacramental”. Dicho de otra manera: el Verbo Divino se hizo carne por obra del Espíritu Santo, cuando la salutación angélica fue pronunciada; también el Verbo Divino por las palabras de la Consagración se hace hombre en las manos del Sacerdote, pero de una manera mística, si bien por el mismo poder. Aquí podemos exclamar otra vez con San Agustín: “¡Qué grande es la dignidad del Sacerdote en cuyas manos Dios se hace hombre otra vez!”. Podemos desde luego, añadir: “¡Qué grande es la dignidad del Católico para cuya salvación, Cristo Jesús se hace hombre otra vez diariamente en la Santa Misa de una manera mística. Esto nos habilita para comprender lo que dice la Sagrada Escritura: “Porque tanto amó Dios al mundo que le dio Su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna”. (Evangelio de San Juan, cap. 3, vers. 16).
Qué hermosa consolación es para nosotros, pobres mortales, saber que el Amor de nuestro Dios es tan grande que cada día baja del Cielo, allí donde se celebra el Santo Sacrificio de la Misa y se encarna por nosotros... cómo debemos regocijarnos por ello...
Dice la Imitación de Cristo: “Por esto te debes disponer siempre a la Santa Misa con nueva devoción del ánima, y pensar, con atenta consideración este gran Misterio de Salud. Así te debe parecer tan grande, tan nuevo y alegre cuando celebras u oyes la Santa Misa, como si fuese el mismo día en que Cristo, descendiendo en el Vientre de la Virgen, se hizo hombre”. (Libro 4, cap. 2,7).
¡Qué consuelo inexpresable sería para nosotros, si Cristo hoy se hiciera hombre, por primera vez; si supiéramos que el Niño Dios iba a nacer de Su Santa Madre, ¿quién no se daría prisa para adorar a Cristo y suplicar su Gracia y su Misericordia?. ¿Por qué entonces puesto que se hace hombre de una manera mística en nuestros Altares, no nos damos prisa para asistir a la Santa Misa e implorar en ella Su Misericordia y Perdón?. Será porque no tenemos ninguna Fe viva, y por consiguiente, ninguna estimación verdadera de esa dádiva grande de Dios.
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