Fe de erratas: en la imagen, al comienzo del texto léase "alegraría"
Y claro está que esta continuación de oír los secretos divinos y con la cotidiana conferencia y consideración de ellos, aprovecharía en la inteligencia de las Santas Escrituras, ayudándole no para ello la lumbre superior de la Gracia y los hábitos infusos y adquiridos de la sabiduría, y sobre todo, la frecuente comunicación y enseñanza del Verbo increado.
Hacen también algunos participante a San José del privilegio que muchos Doctores conceden a María Nuestra Señora: que no se interrumpía su contemplación durante el sueño; ya que se lee en la Vida de algunos Santos que varias veces, por gracia especial, durmiendo el cuerpo seguían con el alma desvelada y ocupada en cosas celestiales.
¿No sabemos, por ventura, de nuestro Patriarca San José, con toda certidumbre, que mientras dormía estuvo conversando con los Ángeles sobre materias de su gobierno con tal lucidez como si estuviera en vigilia? Así aplican a la Virgen Santísima aquellas palabras de los Cantares "Yo duermo y mi corazón vigila", entendiéndolas, no solo por aquel fervor con que se repiten entre sueños los afectos y discursos en que con amorosa intensidad nos ocupamos durante la vigilia, sino también por la vela continuada de las facultades superiores, de suerte que, aunque duerma el cuerpo descansando de todo movimiento y sensación, el entendimiento y voluntad obran como perfectamente desvelados.
Así lo explica San Bernardino de Siena: "El sueño, que a nosotros nos abisma y sepulta los actos de la razón y libre albedrío, y, por tanto, el acto de merecer, no creo que obrara tales efectos en la Virgen, sino que su alma aun entonces tendía libre y meritoriamente a Dios, por lo cual aun en sueños contemplaba con mayor perfección que otro alguno en tiempo de vigilia." A San José, dotado por el Altísimo de infinidad de virtudes, le bastaba mirar en torno suyo y sin esfuerzo ninguno, encontraba objetos dignísimos que cautivaban su atención y sus afectos.
Decía Nuestro Señor a Sus Discípulos: "Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis. ¡Cuántos reyes, patriarcas y profetas lo desearon y no les fue concedido!" ¿No se alegría sobre todo San José, más feliz que los Apóstoles y más venturoso que Abraham, no solo por haber visto con sus propios ojos al Redentor, más también por haber gozado de su conversación y de su compañía por espacio de tantos años?.
No es, pues, de maravillar que viviera continuamente en ferventísima oración; lo portentoso e inexplicable sería que, amaestrado en tan acreditada escuela, con instructor tan hábil y aventajado, no hubiera subido a mayor altura que los Santos más distinguidos por su elevada contemplación.
"Vida de San José"
por el Padre Francisco de Paula García, SI
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