Por la mano de los Apóstoles eran hechos
muchos milagros y prodigios en el pueblo
Hechos de los Apóstoles, cap. 5, vers. 12
Las manos del Sacerdote son consagradas con el Santo Crisma por el Obispo que lo ordena; a partir de entonces, las manos del Sacerdote administrarán el Poder y la Gracia de Dios en la Santa Misa, el perdón de los pecados mediante la absolución sacramental y el impartir los demás Sacramentos. Son por tanto manos que reparten presencia de Dios, salud en las almas, por eso, desde tiempo inmemorial, es costumbre besar las manos del Sacerdote: en las palmas el día de su Ordenación y en su primera Misa, mientras que para el saludo cotidiano besamos el dorso de la mano derecha del Sacerdote.
Es impropio besar al Sacerdote en la cara, salvo que exista un vínculo familiar muy estrecho; el Presbítero, como los Religiosos que han hecho votos, son PERSONAS SAGRADAS, unidas a Dios por un vínculo superior al Matrimonio.
También resulta indecoroso tomar excesivas confianzas con un Ministro de Dios, ya que su corazón está velado, libre de todo afecto humano y consagrado únicamente al servicio del Señor.
LA INEFABLE GRANDEZA
DEL SACERDOCIO CATÓLICO
( por el Papa Pío XI )
...los Apóstoles y sus sucesores en el Sacerdocio comenzaron a elevar al Cielo la ofrenda pura profetizada por Malaquías, por la cual el Nombre de Dios es grande entre las gentes; y que, ofrecida ya en todas las partes de la tierra, y a toda hora del día y de la noche, seguirá ofreciéndose sin cesar hasta el Fin del Mundo.
Verdadera acción sacrificial es ésta, y no puramente simbólica, que tiene eficacia real para la reconciliación de los pecadores en la Majestad divina: Porque, aplacado el Señor con la oblación de este Sacrificio, concede Su Gracia y el don de la penitencia y perdona aun los grandes pecados y crímenes.
Por donde se ve clarísimamente la inefable grandeza del Sacerdote Católico que tiene potestad sobre el Cuerpo mismo de Jesucristo, poniéndolo presente en nuestros Altares y ofreciéndolo por manos del mismo Jesucristo como Víctima infinitamente agradable a la Divina Majestad.
Además de este poder que ejerce sobre el Cuerpo Real de Cristo, el Sacerdote ha recibido otros Poderes sublimes y excelsos sobre su Cuerpo Místico. Y tan excelsos Poderes conferidos al Sacerdote por un sacramento especialmente instituido para esto, no son en él transitorios y pasajeros, sino estables y perpetuos, unidos como están a un carácter indeleble, impreso en su alma, por el cual ha sido constituido Sacerdote para siempre a semejanza de Aquel de cuyo eterno Sacerdocio queda hecho partícipe. Carácter que el Sacerdote, aun en medio de los más deplorables desórdenes en que puede caer por la humana fragilidad, no podrá jamás borrar de su alma.
El Cristiano, casi a cada paso importante de su mortal carrera, encuentra a su lado al Sacerdote en actitud de comunicarle o acrecentarle con la potestad recibida de Dios esta gracia, que es la Vida Sobrenatural del alma. Apenas nace a la vida temporal, el Sacerdote lo purifica y renueva en la fuente del agua lustral, infundiéndole una vida más noble y preciosa, la Vida Sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia; para darle fuerzas con que pelear valerosamente en las luchas espirituales, un Sacerdote revestido de especial dignidad lo hace Soldado de Cristo en el Sacramento de la Confirmación; apenas es capaz de discernir y apreciar el Pan de los Ángeles, el Sacerdote se lo da, como alimento vivo y vivificante bajado del Cielo; caído, el Sacerdote lo levanta en Nombre de Dios y lo reconforta por medio del Sacramento de la Penitencia; si Dios lo llama a formar una familia y a colaborar con Él en la transmisión de la vida humana en el mundo, para aumentar primero el número de los fieles sobre la tierra y después el de los elegidos en el Cielo, allí está el Sacerdote para bendecir sus bodas y su casto amor; y cuando el Cristiano, llegado a los umbrales de la Eternidad, necesita fuerza y ánimos antes de presentarse en el Tribunal del Divino Juez, el Sacerdote se inclina sobre los miembros doloridos del enfermo, y de nuevo le perdona y le fortalece con el Sagrado Crisma de la extremaunción; por fin, después de haber acompañado así al Cristiano durante su peregrinación por la tierra hasta las Puertas del Cielo, el Sacerdote acompaña su cuerpo a la sepultura con los ritos y oraciones de la esperanza inmortal, y sigue al alma hasta más allá de las puertas de la Eternidad, para ayudarla con cristianos sufragios...
Encíclica Ad Catholici Sacerdotii,
20 de Diciembre 1935
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