Tal día como hoy, el 12 de Marzo de 1939, era coronado Papa el Cardenal Pacelli, Noble Patricio romano, que reinó con el nombre de Pío XII, "Pastor Angelicus" según las Profecías de San Malaquías.
Su antecesor, Pío XI, había muerto el 10 de Febrero y el 1 de Marzo se había reunido el Cónclave para elegir al Cardenal que debería ocupar su puesto al frente de la Iglesia Católica. El elegido fue el Cardenal Eugenio María Pacelli, que ocupó la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles hasta su muerte, el 9 de Octubre de 1958.
El Papa Pacelli sería el garante de la Aristocracia Romana, austera, piadosa y ejemplar, a la que siempre animaría, incluso ya siendo Pontífice, a ser estímulo para todas las clases sociales, bajo el Apostolado de la Tradición Católica.
La Providencia quiso que desde su apellido, Pacelli, "la paz que viene del Cielo", así como su escudo pontificio, con la paloma de Noé con el olivo en su pico, confluyeran en que Pío XII viese y padeciese la II Guerra Mundial, el que se enfrentó a los excesos del Fascismo y del Nazismo, ayudando y protegiendo a los más desfavorecidos del conflicto.
Pío XII consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María en 1952 y así entregó a la Madre de Dios los designios de esta sociedad cada vez más apartada del Amor de Dios. De esta Buena Madre predicaría Sus amores y la necesidad de consagrarnos a Ella mediante Su Escapulario del Carmen.
El amor a la Virgen Santísima lo animó a enaltecer a Nuestra Señora proclamando el Dogma de la Asunción en 1950, que vino a ser la rúbrica sobre toda una tradición mariana que clamaba la Definición clara de la incorruptibilidad de María Virgen tras Su dormición y su Asunción en cuerpo y alma al Paraíso. Si algo destacó en Pío XII no dudemos que fue su empeño en corregir errores doctrinales a base de publicar numerosas encíclicas, donde exponía con claridad el Magisterio Católico frente a las novedades filosóficas que se cernían a las puertas de Roma.
De cierto el Papa Pacelli fue "la paz venida del Cielo", pues con su doctrina y ejemplo Pío XII marcó una senda para los tiempos de iniquidad que llegaron tras su óbito, época en la que Dios ha dispuesto que estemos presentes para mantener vivas la Fe y la Doctrina Católicas de siempre en contraposición a las continuas novedades que aparecen y pretenden, como objetivo único, quitar a Dios del pensamiento de sus criaturas.
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