“Durante una Cuaresma, yo me encargaba por entonces de la única novicia que había en el convento, pues era su ángel. Una mañana vino a verme toda radiante: - Si supieras lo que soñé anoche... Estaba con mi hermana e intentaba separarla de todas las vanidades a que está tan apegada. Para lograrlo, me puse a explicarle esta estrofa del “Vivir de amor”:
«¡Jesús, amarte es pérdida fecunda!, Tuyos son mis perfumes para siempre». Yo veía que mis palabras penetraban en su alma, y estaba loca de alegría. Esta mañana, al despertarme, pensé que quizás Dios quería que le ofreciera esta alma. ¿Y si le escribiera después de la Cuaresma contándole mi sueño y diciéndole que Jesús la quiere toda para Sí?»
Yo, sin pensarlo demasiado, le dije que podía muy bien intentarlo, pero que antes tenía que pedir permiso a Nuestra Madre (la Priora). Ciertamente inspirada por Dios, usted, Madre querida, le contestó que las Carmelitas no tienen que salvar las almas con cartas, sino con la oración.
Al conocer su decisión, vi enseguida que era la de Jesús, y le dije a Sor María de la Trinidad: - Pongamos manos a la obra, recemos mucho. ¡Qué alegría si al final de la Cuaresma hubiésemos sido escuchadas...!
Y ¡oh, Misericordia infinita del Señor, que se digna escuchar la oración de sus hijos...!, al final de la Cuaresma, una nueva alma se consagraba a Jesús.
Fue un verdadero milagro de la gracia, ¡un milagro alcanzado por el fervor de una humilde novicia!”
“Sí, toda mi fuerza se encuentra en la oración y en el sacrificio; son las armas invencibles que Jesús me ha dado, y logran mover los corazones mucho más que las palabras.”
Santa Teresita de Liseux, "Historia de un alma"
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