El Monte Calvario. Nuestro Señor enclavado en la Cruz y la Cruz levantada de la tierra. Otra Cruz a la misma altura, pero no a la mano derecha ni a la izquierda, sino enfrente y muy cerca.
Pues conocía yo que el que quiere llegar a la santidad debe imitar a nuestro Señor en todo. Y bien, ¿qué han hecho los Santos todos, sino seguir los pasos de su Divino Salvador, imitándole primero en su vida oculta, cuando, viviendo con su familia sin que apareciese en ellos ninguna cosa extraordinaria, ellos se preparaban para el Calvario por la práctica de las virtudes con que han asombrado al mundo, que no comprende ese Misterio, ni puede darse la explicación del cómo se realiza? Y no lo comprenden porque no conocen a Dios.
Pero yo, que al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle, conocía con bastante claridad que en aquella Cruz que estaba frente a la de mi Señor debía crucificarme con toda la igualdad que es posible a una criatura; y en lo íntimo del alma sentía un llamamiento tan fuerte para hacerlo así, con unos deseos tan vivos y una ansia tan vehemente y un consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me convidaba a subir a la Cruz.
Era tan fuerte este llamamiento, que yo no podía resistir, y parece me ofrecía toda a mi Dios, deseando el momento de verme crucificada frente a mi Señor; pero estaba mi voluntad tan unida a la de Dios y tan sujeta a la obediencia, que, aunque deseaba mucho, esperaba la voz de mi Padre Torres (su Confesor) para conocer la Voluntad de Dios y seguirla.
Otras dos cosas comprendía perfectamente:
Primera, que aquella Cruz era el término de la Santidad, de la cumbre de la más elevada perfección, donde han llegado todos los Santos, con las mismas virtudes, aunque practicadas de distintos modos, según el estado de cada uno y los varios caminos por donde Dios los ha llevado.
La segunda, que, a imitación de mi Padre San Francisco, las virtudes que deben brillar más en mí son:
- la Pobreza,
- el desprendimiento de todo lo terreno, y
- la Santa Humildad.
Pero con esta diferencia: que así como Dios quiso que este Santo fuera conocido y respetado de todos por sus heroicas virtudes y admirables fundaciones, por lo que todo el mundo lo veneró en su vida y en su muerte, haciéndose eterna su memoria, a mí me quiere Nuestro Dios desconocida de todo el mundo, de tal manera que no vea en mí otra cosa que una gran pecadora cubierta de deshonra y de ignominia.
Quiere Nuestro Señor que yo baje tanto, tanto, que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante a que yo no pertenezca. Y esto que se siga hasta después de mi muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.