Rezad, vuelvo a insistir, rezad el Santo Rosario, y rezadlo siempre y rezadlo bien. Rezadlo, si andáis afligidos, para consolarlos; si tentados, para resistir; si desalentados, para cobrar bríos; si con fortuna próspera, para equilibraros en la debida moderación y templanza.
Colgad junto a vuestro lecho esta insignia de piedad, para que se vea que allí se ha echado a reposar un Cristiano bajo los pliegues de su bandera: izadla en el lugar más visible del doméstico hogar, allí donde en hermoso grupo se reúne cada noche la familia, a fin de que sea como una señal para todo el mundo de que en aquella casa reina y es servido Cristo Dios.
¡Qué os acompañe siempre en vida y los oigáis murmurar por vuestros amigos a vuestro oído en la hora de la muerte, y os sea recomendación y eficacísimo empeño en el divino tribunal!
Es el Rosario ante todo una profesión de Fe, una protestación cabal y completa, no de ese deísmo vago e insustancial con que aparenta satisfacerse el sentimentalismo pseudo-religioso de algunas personas, sino del Cristianismo puro, íntegro y verdadero, con su Dios y su Criador y su Iglesia y su Encarnación y su Redención y sus Sacramentos y su vida futura y sus premios y penas, y todo lo restante que constituye el edificio dogmático de nuestra Religión Santa. El hombre que rece bien y con frecuencia el Rosario, es hombre que está de continuo repitiendo al mundo esta su protesta de Religión, y repitiéndose a la vez a sí propio el código de sus más imperiosos deberes...
Padre Felix Sardá y Salvany
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