María manda en el cielo a los Ángeles y a los Bienaventurados. Como recompensa de su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y el encargo de llenar de Santos los tronos vacíos de los ángeles apóstatas caídos por el orgullo. Tal es la voluntad del Altísimo, que engrandece a los humildes, que el cielo, la tierra y el infierno se sujetan de bueno o de mal grado a los mandatos de la humilde María, a quien ha hecho Soberana del Cielo y de la tierra, generala de sus ejércitos, tesorera de su hacienda, dispensadora de sus gracias, obradora de sus grandes maravillas, reparadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de sus grandezas y de sus triunfos.
El Eterno Padre quiere tener siempre hijos por María hasta la consumación de los siglos, y le dice estas palabras: Residirás en Jacob (Eccli. 24,13), esto es, harás tu domicilio y residencia en mis hijos y predestinados, figurados por Jacob, y de ningún modo en los hijos del demonio y de los réprobos, figurados por Esaú.
De la misma manera que en el orden natural es necesario que un hijo tenga padre y madre, así en el orden de la gracia todas las verdaderas criaturas de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre; y quien no tenga a María por Madre, no tiene por Padre a Dios. Por eso tanto los réprobos como los herejes, los cismáticos, etcétera, que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen, no tienen a Dios como Padre por más que de ello se jacten, porque no tienen a María por Madre; pues si la poseyesen como Madre, la amarían y honrarían de la misma manera que un buen hijo ama naturalmente y honra a la madre que le ha dado la vida.
San Luis Mª. Grignión de Montfort.
Tratado de la Verdadera Devoción
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