Apenas fue concebido en el seno de Nuestra Señora, se presentaron en su mente todos los trabajos que había de padecer en Su Pasión, y para impetrarnos el perdón de los pecados y la gracia divina, los ofreció al Eterno Padre, a fin de satisfacer con sus penas todos los castigos que nuestros pecados merecían; con este intento comenzó desde entonces a padecer todo lo que más tarde habría de sufrir en su amarguísima muerte.
¡Amorosísimo Redentor mío!, y yo entretanto, ¿qué he hecho, qué es lo que por Vos he padecido?. Aunque por espacio de mis años estuviese padeciendo los tormentos que han tolerado todos los Mártires, sería bien poco comparado con aquel primer instante en que os ofrecisteis y comenzasteis a padecer por mi amor.
Jesucristo no dejó de padecer desde el primer instante de su existencia todos los tormentos de Su Pasión; porque desde aquel momento quedó dibujado a su visto todo el retablo de las ignominias y humillaciones que recibiría de los hombres. Razón tenía para exclamar por boca del Profeta: "Siempre tengo a la vista mi dolor" (Ps. XXXII, 18).
Cierto día se apareció Cristo Crucificado a Sor Magdalena Orsini y la alentó a sufrir en paz la tribulación que desde largo tiempo la aquejaba. La Sierva de Dios le respondió: "Vos, Señor, habéis estado pendiente de la Cruz sólo tres horas, y yo vengo padeciendo largos años esta tribulación". Nuestro Señor reprendió su ignorancia y le reveló:
"Desde el primer instante que fui concebido en el seno de mi Madre, padecí en el corazón todo lo que más tarde padecí en la Cruz"
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