Lloraba Santa Teresa y se lamentaba porque algunos libros le habían enseñado a dejar la meditación de la Pasión de Cristo, por ser impedimento que podía estorbarle la contemplación de la divinidad. Al caer la Santa en la cuenta del engaño exclamó: “Oh, Señor de mi alma y Bien mío, Jesucristo Crucificado!, no me acuerdo vez de esta opinión que tuve, que no me dé pena; y me parece que hice una gran traición, aunque con ignorancia. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento, ni una hora, que Vos me habíais de impedir para mayor bien?, ¿De dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?…” Y luego añade: “Y veo ya claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleitaba” (1).
Por esta razón decía el Padre Baltasar Álvarez que por ignorar los tesoros que tenemos en Jesucristo, se pierden muchos cristianos: movido de este parecer, su meditación más frecuente y regalada versaba sobre la Pasión de Cristo, en la cual se recreaba, meditando de modo especial la pobreza, los desprecios y los Dolores de Jesucristo, y exhortaba a sus penitentes a que meditasen a menudo la Pasión del Redentor, diciéndoles que no creyesen haber hecho cosa de provecho si no llegaban a grabar en su corazón la imagen de Jesús Crucificado (2)
(1) Vida de Santa Teresa de Jesús, capítulo 22.
(2) Vida de Luis de La Puente, cap. 3, 2
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