Si ha existido en el mundo matrimonio feliz, fue, sin duda, el de la Virgen Santísima y Su bendito esposo, San José. Unidos con señales inequívocas que expresaban la Voluntad de Dios, que desde toda la eternidad los había predestinado para este estado, para que, como Ángeles, morasen a la sombra de unas mismas paredes y viviesen bajo el mismo techo, ambos llevaron al Santo Matrimonio el tesoro de sus virtudes, la semejanza en las costumbres y el inviolable propósito de guardar perpetua virginidad.
La naturaleza y la Gracia concurrieron a la par a la mutua conformidad de gustos, de genios, de carácter e inclinaciones, rivalizando ambos en el deseo de darse recíprocamente contento y de hacerse mutuamente felices. Al ver aquella dichosa morada hubiérase dicho que una misma y sola lama informaba dos cuerpos, y que en María y José no había más que una voluntad y un mismo querer y no querer.
Esta unión y concordia ¡qué fuerza y aliento no comunicó a ambos esposos para sobrellevar las cargas del matrimonio y sufrir con paciencia y aun con alegría los trabajos, persecuciones y durísimas pruebas a que Dios quiso someterlos! ¡Qué mutuo apoyo se prestaron! ¿Cómo descansaba cada uno en el corazón del otro! ¡Con qué inefable confianza se comunicaban sus penas y hallaban cada uno en el fondo de su alma palabras del Cielo que infundían aliento, resignación y dulcísimo consuelo!
Pues he aquí el modelo más perfecto que puede presentarse a los casados. Es el marido cabeza de la mujer, que es su fiel compañera, no su esclava. Para juntarse como Dios manda, dejaron el padre y la madre y los hermanos, con intento de formar una nueva familia; juránrose perpetua fidelidad, y después del amor que deben a Dios, no ha de haber amor como el que mutuamente deben tenerse. Sobre todo, deben conllevarse, sufrirse, negar sus propios y particulares gustos para amoldarse y contentar al otro; y en los días de angustia, cuando la enfermedad o desgracia visitare su morada, prestarse mutua ayuda y consuelo, y siempre y en todo tiempo animarse con el ejemplo, sin olvidarse nunca de encomendarse fervorosamente a Dios, a Su Bendita Madre y al Glorioso Patriarca San José.
Pero los casados , no solo tienen deberes para consigo, sino también para con sus hijos, si Dios les ha dado fruto de bendición; y también, y muy especialmente en este sentido, es San José su perfectísimo dechado.
Deben los padres a sus hijos amor, sustento y educación. No se necesitan muchas palabras, porque es cosa que salta a los ojos, para demostrar con cuánta perfección cumplió San José estos deberes con respecto de Jesús. ¿Quién, exceptuando a María, le amó más que nuestro Santo? ¿Qué solicitud no fue la suya en salvarle de las manos de Herodes ¿En alimentarle en Egipto y en Nazaret ¿En servirle de Maestro en el arte que ejercitaba? ¡Cómo veló constantemente por su bien!. Por Jesús se desvivía San José, y a Él consagró enteramente todos los momentos de su vida y los afectos de su corazón. Jesús era el único pensamiento de San José; por Él latía su pecho, y se movían sus manos, y andaban sus pies.
José y María son dignos ejemplos de ser imitados en nuestros tiempos. Si la sociedad anda mal y empeora cada día; si crece el número de los descreídos; si la misma familia se desmorona, y amenaza en todas partes un desquiciamiento total, el origen, más o menos remoto de tamaño desastre hay que buscarlo en la educación defectuosa o nula que muchos reciben de sus padres. Muchos padres no saben querer a sus hijos; piensan que el quererlos mucho consiste en permitir que los traten de igual a igual, en condescender con sus capricho, en excusar sus liviandades, en concederles una libertad que pronto se convierte en licencia, en pasar por todo, con tal que se guarden hasta cierta edad las formas y conveniencias sociales... ¡Y no se dan cuenta que obrando así no son verdaderamente padre, sino parricidas!
Sigamos los ejemplos de San José, imitemos su conducta, y si no sabemos educar, desde luego, a los demás, empecemos por educarnos a nosotros mismos. Oigamos a San Pablo, que, dirigiéndose a los hijos y a los padres, habla a todos de esta manera: "Hijos, obedeced a vuestros padres con la mira puesta en el Señor, porque es ésta una cosa justa. Honra a tu padre ya tu madre, que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa, para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no irritéis con excesivo rigor a vuestros hijos; mas educadlos corrigiéndolos e instruyéndolos, según la Doctrina del Señor" (San Pablo a los Efesios, cap. 6, vers. 1-4)
(Continuará...)
"Vida de San José"
por el Padre Francisco de Paula García, SI
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