A la muerte del Papa Pío XI, la organización de la Sede Vacante correspondió al Cardenal Eugenio Pacelli por su cargo de Camarlengo. Él, precisamente, era el candidato favorito. Después de un Cónclave de sólo dos días y a la tercera votación, fue elegido Papa. Era el 2 de Marzo de 1939. Diez días después fue coronado con la Sacra Tiara Papal por el Cardenal Camilo Caccia-Dominioni, Protodiácono de Santa Maria in Dominica.
Su doctrina, fidelísima a la Sagrada Tradición Católica, quedó reflejada en más de cuarenta Encíclicas, cincuenta Cartas Apostólicas y una treintena de Constituciones Apostólicas entre otros documentos que fueron y son hoy día faro y guía para todo Católico.
Destacó su ahínco por hacer del Sagrado Corazón de Jesús el estandarte de todos... "Deseamos también vivamente que cuantos se glorían del nombre de Cristianos e, intrépidos, combaten por establecer el Reino de Jesucristo en el mundo, consideren la Devoción al Corazón de Jesús como bandera y manantial de unidad, de salvación y de paz."
"DISPUESTOS A SERVIR, A SACRIFICARSE
COMO LOS ANTIGUOS CRUZADOS..."
Lo que aparecía claro al cristiano que, profundamente creyente, sufría por la ignorancia de los demás, nos lo presenta clarísimo el fragor de la espantosa catástrofe del presente desquiciamiento, que reviste la terrible solemnidad de un juicio universal aun a los oídos de los tibios, de los indiferentes, de los despreocupados: una verdad antigua que se manifiesta trágicamente en formas siempre nuevas y que con fragor de trueno resuena de siglo en siglo, de pueblo en pueblo, por boca del profeta: «Todos los que te abandonan serán confundidos. Los que te dejan se cubrirán de vergüenza, porque dejaron a la fuente de aguas vivas, a Yavé» (Profeta Jeremías, cap. 17, vers. 13).
No lamentos, acción es la consigna de la hora; no lamentos de lo que es o de lo que fue, sino reconstrucción de lo que surgirá y debe surgir para bien de la sociedad. Animados por un entusiasmo de Cruzados, a los mejores y más selectos miembros de la Cristiandad toca reunirse en el Espíritu de Verdad, de Justicia y de Amor al grito de "¡Dios lo quiere!", dispuestos a servir, a sacrificarse, como los antiguos Cruzados. Si entonces se trataba de liberar la tierra santificada por la vida del Verbo de Dios encarnado, se trata hoy, si podemos expresarnos así, de una nueva expedición para liberar, superando el mar de los errores del día y de la época, la tierra santa espiritual, destinada a ser la base y el fundamento de normas y leyes inmutables para construcciones sociales de sólida consistencia interior.
Papa Pío XII, Radiomensaje de Navidad, 24 de Diciembre de 1942
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